En un artículo mío anterior, que titulaba “ISRAEL: El norte, de Jesús de Nazaret” había establecido una divisoria para contarles a ustedes cosas sobre mis vivencias en Israel, utilizando como línea imaginaria de división la definida por Tel Aviv- Jerusalén-Mar Muerto, que viene a ser “la cintura del país”, tanto geográficamente como por su importancia en muchos otros sentidos. Y es “cintura de un país con cintura” porque hay que tener cintura para esquivar la cantidad de ataques que Israel y sus gentes han recibido y siguen recibiendo.
Los preparativos del viaje y los notables controles de seguridad, tanto en la embajada de Israel en Madrid para gestionar el tema del visado y permisos, como en el aeropuerto de Barajas antes de embarcar en el avión de la compañía de bandera de Israel EL AL, daban ya idea de que Israel estaba a la defensiva y de que el país se preocupaba, y se ocupaba, por la seguridad.
Esa sensación de estar preparados para defenderse estaba siempre claramente presente y me llamaba la atención ver cómo existía una especie de “ejército flotante” que hacía su vida ordinaria, por ejemplo en cafeterías, en el cine, en el teatro, etc., pero con sus armas siempre a mano. Era curioso comprobar cómo parejas jóvenes paseaban o se sentaban en las terrazas, portando, él o ella o ambos, el armamento reglamentario para quienes estaban en algo así como servicio de guardia.
Sin embargo, he de admitir que durante los meses que pasé en Israel me moví por todas partes sin el más mínimo problema, a pesar de mi inveterada costumbre de “perderme sólo” por todos los rincones de los países que he ido visitando, lo que en ocasiones me ha llevado a situaciones un tanto peregrinas, no exentas de algún que otro riesgo.
Pero volvamos a Israel, la única democracia de Oriente Medio y también el único país próspero de la zona, lo que no es fácil de explicar, con ocho millones de personas, metidas en una parcela de terreno más pequeña que la provincia de Badajoz. La mayoría de sus actuales habitantes salieron de sus países de origen con muy pocas posesiones y edificaron su hogar sobre el desierto más inhóspito. Siempre rodeados de enemigos que querían acabar con ellos, lo que les obligaba a un esfuerzo económico para protegerse.
Bueno, pues Israel, que no tiene nada: ni petróleo, ni oro, ni recursos mineros,… y que por no tener no tienen ni agua, como ya explicábamos en un artículo anterior, titulado “ISRAEL: Agricultura en ambiente hostil”, ha alcanzado un PIB per cápita superior al de España y es el tercer país con más compañías en el Nasdaq, sólo por detrás de EEUU y China, habiendo conseguido crear y mantener una de las agriculturas más modernas y competitivas del mundo.
TEL AVIV.- Esta ciudad, fue fundada en 1909, coincidiendo con el mandato británico en Palestina, y está asentada en la costa mediterránea, sus cerca de 400.000 habitantes convierten a Tel Aviv en la segunda localidad más poblada de Israel. Su zona más emblemática, conocida como Ciudad Blanca, fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el 2003.
Las escasas pero bien cuidadas playas de la ciudad, están bordeadas por magníficos hoteles, asentados la mayoría en rascacielos orientados al mar, en los que se cuida con esmero el turismo, que cada vez en mayor medida visita Israel, como consecuencia de una muy buena política de difusión de sus atractivos que son muchos, pero que además saben presentar y vender muy bien en el resto del mundo.
Tel Aviv es una ciudad que, según dicen los propios israelíes, nunca duerme; lo cierto es que durante el día sus comercios y terrazas están llenos de actividad y que al llegar la noche son muchos los puntos en los que la actividad se mantiene, dando una luminosa y muy vistosa vida a la ciudad.
JERUSALÉN.- Situada a 24 km al oeste del mar Muerto y a 56 km al este de la costa del Mediterráneo, Jerusalén detenta la capitalidad del país desde 1967, siendo también la ciudad más poblada de Israel, con sus tres cuartos de millón de habitantes. Esta ciudad es la única del planeta considerada como lugar sagrado por las tres religiones monoteístas mayoritarias del mundo: el judaísmo, el cristianismo y el islam.
En la actualidad, la ciudad se caracteriza por una intensa actividad religiosa y académica, con gran dinamismo como centro financiero y bancario. Su centro histórico alberga los barrios de cristianos, judíos, musulmanes y armenios, así como los puntos más famosos de esa gran ciudad.
Como es lógico en una urbe con su historia, son muchos los puntos notables, como el monte de los Olivos (Getsemaní), la basílica de la Agonía, la tumba del rey David, el Cenáculo, lugar en el que se dice que Jesús celebró la última cena con sus discípulos, la abadía de la Dormición, que señala el lugar donde se dice que murió la Virgen María; y muchos otros lugares dignos de visita.
Un punto clave y bien visible es el Domo de la Roca, con su cúpula dorada, este magnífico octógono que domina la Ciudad Vieja es un santuario que constituye el tercer lugar más sagrado para el Islam. El área de piedra negra que puede verse bajo la cúpula es la cima del monte donde Abrahán trató de sacrificar a Ismael (a diferencia del judaísmo y del cristianismo, que consideran que fue a Isaac), el lugar donde se encontraba el templo de Salomón y el punto desde el cual Mahoma ascendió al cielo.
Por supuesto no puede olvidarse el Muro de las Lamentaciones, restos del Templo de Salomón, donde es tradición de los peregrinos dejar una nota escrita, conteniendo sus deseos o esperanzas; estas notas son colocadas por “los ponentes” en las grietas del muro, aprovechando las juntas de los bloques de piedra, e intentando situarlas lo más alto posible, con la vana esperanza de que así permanecerá allí más tiempo,… casi hasta la eternidad. Para lo que tal pretendimos, incluido el que suscribe, informaré que de vez en cuando, un operario provisto de una escalera de tijera, extrae los mensajes, por muy alta cuna que se les haya dado.
Los restos que aún continúan en pie datan de la época de Herodes el Grande, quien mandó construir grandes muros de contención alrededor del monte Moriá en el año 37 a.C. Por lo que atañe a la ciudad nueva, merece la pena visitar el Museo de Israel, donde están expuestos los célebres manuscritos del mar Muerto y una maqueta que reproduce el aspecto que presentaba la ciudad en tiempos de Jesús. Del mismo modo, también es aconsejable acercarse hasta la Universidad Hebrea de Jerusalén y contemplar el Memorial Yad Vashem, construido en homenaje a las víctimas del Holocausto.
JERICÓ.- Desde Jerusalén hacia el Mar Muerto, se pasa muy cerca de Jericó, ciudad enclavada en Cisjordania, próxima al río Jordán, Jericó está considerada como la ciudad más antigua del mundo. De hecho, diferentes excavaciones arqueológicas sugieren que fue fundada por los cananeos hacia el 8.000 a.C. Por otro lado, el Antiguo Testamento la señala como la localidad amurallada que conquistó el pueblo de Israel tras abandonar Egipto, guiados por Josué, el sucesor de Moisés. En la zona se alza el Monte de las Tentaciones, donde según los Evangelios, Jesús fue incitado a pecar por el diablo hasta en tres ocasiones.
Por cierto, en un artículo anterior, que titulaba “Pero haberlas, haylas”, me refería a esta antiquísima ciudad, que muchos conocíamos por asociarla con la planta conocida como “Rosa de Jericó”, considerada por muchos como un auténtico talismán viviente, pero cuya relación con la ciudad es muy lejana.
Tras pasar por Jericó, llegamos al Mar Muerto, un mar lleno de vida e historia, vida e historia que están presentes en todos los mares que bañan Israel, al oeste el Mediterráneo, al norte el de Galilea, al oeste el Muerto y al sur el Rojo; pero dejaremos la vida de estos mares para un artículo posterior.