El Proyecto SETI (cuyo nombre procede del acrónimo en inglés de Search for ExtraTerrestrial Intelligence, es decir “Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre”), nació a partir de un artículo publicado en la revista Nature en 1959 por los físicos Giuseppe Cocconi y Philip Morrison, en el que se planteaba la posibilidad de utilizar las comunicaciones por microondas para la tratar de captar alguna comunicación de potenciales civilizaciones lejanas.
El programa inicial SETI se amplió posteriormente, en los años 70, en base al impulso del conocido astrónomo Carl Sagan y su colega Frank Drake, creador de la famosa fórmula que estima que, teniendo en cuenta la magnitud del universo, ha de haber miles de civilizaciones inteligentes por el espacio. Ambos, Sagan y Drake, enviaron al espacio, en 1974 y desde el radiotelescopio (figura superior) instalado en Arecibo, Puerto Rico, un mensaje en dirección al cúmulo de estrellas M13, que contenía información sobre la composición del Sistema Solar, con datos de nuestro planeta y del ser humano, así como una imagen del propio radiotelescopio de Arecibo con el dato de su diámetro.
El mensaje (a la derecha en la figura) fue cuidadosamente diseñado, en formato código binario, tratando de que fuera lo más inteligible posible para una potencial civilización receptora, aunque ellos sabían bien que el problema era que dicha emisión tardaría 25.000 años en llegar a sus eventuales destinatarios y que otros tantos años tardaría su respuesta en volver a nosotros. Evidentemente el intento era eso, sólo un gesto bienintencionado, pensando en un lejanísimo futuro.
Pero, volviendo al SETI, durante años, la única señal a la que se asignó una cierta posibilidad de tener un origen extraterrestre y de “significar algo”, se recibió el 15 de agosto de 1977, fecha en la que en el radiotelescopio Big Ear entró una señal de radio, de origen desconocido, durante exactamente 72 segundos, proveniente de la zona oriental de la constelación de Sagitario y alcanzando una intensidad 30 veces superior al ruido de fondo, por lo que resultaba claramente identificable.
La secuencia de dicha señal fue 6EQUJ5, y se pensó que podría ser, en efecto, el mensaje de una civilización extraterrestre inteligente, si bien podía ser simplemente alguna interferencia cercana al radiotelescopio, pero dado que era la única señal potencialmente útil, recibida en años, se optó por localizar el punto del espacio desde donde parecía provenir y orientar la antena del radiotelescopio hacia ese punto. Desgraciadamente todos los intentos posteriores de obtener una señal proveniente de la misma dirección no encontraron nada significativo.
A aquella señal se la conoce desde entonces como señal WOW!, que es la exclamación inglesa, similar a ¡GUAU!, que se utiliza en español, y que fue la anotación que el investigador que estaba analizando los datos en aquel momento, escribió a mano en el rollo de papel de la impresora en que se iba presentando el registro de las señales entrantes. En principio parecía posible que aquella señal no se hubieran emitido por casualidad, pero a pesar de los muchos intentos no se ha conseguido ninguna interpretación razonable de “aquello”, al menos no por los que lo han intentado hasta ahora.
Posteriormente, a lo largo de los 22 años siguientes, no se volvió a identificar ninguna señal que pudiera considerarse como un mensaje potencialmente emitido desde el espacio, de forma voluntaria, no casual. En consecuencia a la vista del mucho esfuerzo y de los pocos o nulos resultados obtenidos, unido al hecho de la aparición de nuevas tecnologías de la comunicación, aconsejaron clausurar el programa SETI y poner en marcha su continuador, el SETI@home, manteniéndose en paralelo el funcionamiento de ambos programas durante unos años, permaneciendo después sólo el SETI@home, que será al que nos referiremos a partir de ahora.
Toda la información cósmica que llega a la Tierra en forma de radiación supone una enorme cantidad de datos, entrando de forma continua en las pantallas parabólicas receptoras, y para tratar saber si entre esos datos se esconde alguna señal procedente de seres vivos pertenecientes a otras civilizaciones, se requiere una enorme potencia de cálculo, tan grande que no era fácil encontrarla ni siquiera en las instalaciones mejor dotadas; por tanto a comienzos del siglo XXI actual, se hizo necesario buscar una solución basada en el trabajo en equipo, o más bien en equipos y cuantos más mejor.
Así nació el programa SETI@home, que ha ocupado a más de cinco millones de personas en todo el mundo, es un proyecto pionero en computación distribuida, lo que significa que, mediante la instalación de un sencillo software de salvapantallas (figura superior), todos los colaboradores voluntarios ceden una pequeña parte de la potencia de procesamiento de su ordenador; con objeto de poder estudiar toda la información recogida en los radiotelescopios, con la esperanza de que, entre todo el ruido que nos llega del universo y el que generan nuestros propios aparatos, pudiéramos en algún momento identificar un mensaje procedente del espacio, mensaje que suponíamos nos llegaría bajo la forma de una señal de radio de banda estrecha.
Fuimos muchos los colaboradores voluntarios, entre los que me incluyo yo mismo, que descargamos e instalamos en nuestros ordenadores el paquete de software de Berkeley, manteniendo nuestros ordenadores conectados las 24 horas del día, para tratar de ayudar a decodificar alguna de las señales de radiofrecuencia, recibidas por la red de radiotelescopios que se mantenían a la escucha. Pero “nada de nada”.
Ante tanto intento fracasado, cundió la idea de que algo se estaba haciendo mal, por ejemplo… ¿Por qué las señales que esperábamos recibir iban a ser señales de radio y además por qué en las frecuencias señaladas por nosotros? ¿Por qué no pensar que podrían ser señales laser en lugar de radio? En ese caso, puesto que la señal laser es prácticamente unidireccional, es decir que se propaga en línea recta, no como la radio que es omnidireccional, al propagarse en todas las direcciones, bajo la forma de ondas esféricas; resultaría mucho más difícil sintonizar la señal laser que la señal radio.
Y la cosa se complica mucho más si pensamos que aunque “ellos” emitieran señales laser o incluso radio, su sistema de comprimir y empaquetar la información, sistema que evidentemente no conocemos, haría muy difícil reconocer lo recibido como un mensaje de “ellos”, y más aún interpretar su contenido. Por otra parte ¿Por qué debemos suponer que su soporte de comunicación ha de ser en forma de ondas, de radio o laser? ¿Y si “ellos” no conocieran aún estos soportes, o bien los hubieran abandonado ya por otros más avanzados, que nosotros no conocemos aún?
Muchas dudas, muchas preguntas sin respuesta, muchos ¿Por qué… , sin contestación. Todo esto nos lleva a pensar que queda mucho por hacer, mucho camino recorrido, pero muchísimo más camino por recorrer. Pero recordemos los versos de nuestro genial Antonio Machado, cuando decía “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”, y sigamos andando hacia las estrellas.