Me acabo de encontrar con mi amigo Toñi, marido de Isabel, una pareja jubilada, relativamente joven. Sus “niños” ya están criados y ahora ellos se dedican a vivir relajados, ocupándose de las aficiones que durante su vida laboral han tenido un poco aparcadas, cuidando el uno del otro, sin ganas de complicarse mucho la existencia.
Pero Toñi hoy no estaba solo: iba acompañado de Willy, un perro abandonado que, me cuenta, siguió a uno de sus hijos desde el trabajo y al que han decidido adoptar. Justo lo contrario que hizo su dueño anterior. Desconozco su pasado, pero me lo puedo imaginar.
Será similar al de docenas de perros que se abandonan al año en nuestra ciudad y que viven en la perrera municipal en espera de dueños o de algo peor. Instalación a la que nuestro Ayuntamiento puede que no preste la debida atención, tal vez porque en esta crisis, los animales allí recogidos no van a manifestarse públicamente, ni a incomodar a ningún político por recortarles el presupuesto.
Si existe Dios que me perdone, pero para esta gentuza, y no me refiero, claro está, a nuestros representantes públicos, sólo tengo un deseo: Ojalá la vida les trate como ellos han tratado a esas pobres criaturas. Ojalá terminen sus días abandonados, solos, apartados de los seres a los que han querido y con el corazón destrozado. Quien me conoce, sabe que yo no odio, que siempre trato de buscar el lado bueno de las personas, pero estos sujetos son para mí lo peor de la raza humana.
Si Willy hablase, seguro que nos contaría historias de dedicación a sus anteriores dueños, de amor de verdad, de días de juegos sin descanso con los niños o de jornadas de caza. Pero debió de llegar un día en que Willy, ya mayor, no jugase, ni cazase. Entonces dejó de interesar y decidieron darle la patada. Imagino también los días y las noches que habrá pasado pensando -sí, los animales también piensan y sienten- por qué esto, qué habría hecho él para que sus seres queridos le apartasen de su lado.
Afortunadamente Willy ha tenido suerte. Vivirá rodeado de cariño, con una buena familia dispuesta a sacrificar parte de su descanso a cambio, solamente, de amor y alegría. Muchas gracias a todos los Toñis e Isabeles que hay por el mundo. Hacen que vuelva a confiar en mis congéneres.