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Pobres perros: prohibo porque me toca…

 

Me gustaría saber, exactamente, cuándo un político deja de pensar como una persona normal y comienza a pensar gilipolleces. Acabo de leer en el periódico la última y genial idea de alguno de nuestros representantes de prohibirnos pasear por el Parque de La Coronación con nuestros animales de compañía, en su mayoría perros. Según la Constitución, tengo todo el derecho del mundo a pasear por donde me dé la gana, y así lo seguiré haciendo por el susodicho parque, por el de La Isla o por la Plaza Mayor como hago cada día. Ya sé que con una ridícula ordenanza municipal nos pueden prohibir lo que quieran, pero la cultura del prohibicionismo nunca ha funcionado aunque he de reconocer que es lo más cómodo a la hora de gobernar: mejor erradicar que conciliar.

Entiendo que prohíban la entrada de animales, de dos o cuatro patas, en los recintos de juegos de los pequeños, o que tengan que ir atados y con bozal cuando la raza lo precise y que sea OBLIGATORIO  -y se vele por ello- recoger sus excrementos, pero de ahí a que nos prohíban usar un parque público me parece una ida de olla del tamaño de nuestra Catedral.

El pasado domingo he estado con mis sobrinos y mi perro jugando, precisamente, en ese parque. Había muchos perros y muchos niños, y no vi nada reprobable como perros sueltos meando y cagando por doquier. Ni a sus dueños haciéndose los locos para no recogerlo, o molestando al resto de los paseantes. Vi niños encantados, entre ellos mis sobrinos, jugando con los perros, corriendo con ellos, tirándoles palos y volviéndoselos a tirar. Vi gente mayor disfrutando del sol sentados en un banco con su perro a los pies. Vi gente sola paseando con su can y familias tomando el aperitivo en las terrazas de los bares con su perro debajo de la mesa. A quien no tenga o no haya tenido un perro en su vida, tengo que decirle que se les considera uno más de la familia.

 

Hay mucha gente civilizada (entre los que me permito incluirme) que siempre llevamos al perro atado, recogemos sus mierdas, no les dejamos entrar donde no deben y nos ocupamos de que no molesten. No así muchos de los padres que presumiblemente han protestado y que permiten que sus hijos ensucien y destruyan todo lo habido y por haber, y que al regresar a sus casas dejan sembradas de papeles, bolsas y envoltorios de bocatas, gusanitos y aspitos las vías públicas y eso lo ven tan normal porque “son niños”. O que los pongan a mear contra un árbol, cosa que también les parece normal por lo mismo, ¿verdad? y que conste que, por supuesto, no me opongo a esto último, faltaría más.

A los prohibicionistas natosles propongo aprobar una norma que prohiba todo excepto lo que esté expresamente autorizado, norma que se completaría con el comodísimo para la Administración, silencio administrativo negativo, con lo cual, todo aquel que desease hacer algo debería pedir permiso y con no contestar, problema resuelto.

¿Qué será lo próximo? ¿Prohibir el acceso a los parques públicos a algún grupo de ciudadanos? ¿o tatuarnos el número del chip del perro en nuestro antebrazo? ¿Os suena familiar? Pues eso, seguid prohibiendo. O por contra, mantened vuestra cordura, demostrad cintura política y buen hacer resistiendoos a reclamaciones absurdas, complicaos la vida en aras de la conciliación de intereses y del bienestar general.

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