Regreso de visitar un país norte-europeo. He pasado unos días en una ciudad muy similar a Plasencia en cuanto a población y dimensiones, y se me hacen inevitables las comparaciones. No sé si allí viven mejor o peor que nosotros, para eso tendría que haber pasado más tiempo y haber tenido más relación con los nativos. Seguramente no me gustase del todo su día a día, sin apenas sol, ni luz y con demasiado frío y días lluviosos para mi gusto, por no hablar de los precios de las cosas; lo que sí tengo claro es que me gusta su modo de hacer muchas cosas. Me ha llamado la atención por ejemplo, el civismo de la gente, la limpieza de las calles, el respeto por lo público y lo ajeno. En muchos de nuestros paseos no teníamos más remedio que comentar: “si esto fuera España, por no decir Plasencia, iba a durar así cinco minutos”. ¿No es triste? Todos tendríamos que salir de vez en cuando para darnos cuenta de lo incívicos que podemos llegar a ser.
También nuestros políticos munícipes deberían viajar. Pero no me refiero a esos viajes oficiales con escolta y paseíllos, donde perciben una imagen de las ciudades ajena al día a día de sus moradores. Hablo de viajes en los que tienes que arrastrar tu propia maleta por los andenes de los trenes o metros y buscarte la vida para llegar al hotel de “cuatro estrellas” que nada tiene que ver con el que viste en fotos en la revista de la agencia de viajes, viajes en los que mezclarte con el paisanaje humano es casi tanto o más interesante como el propio paisaje urbano y, por supuesto, más enriquecedor. Es entonces cuando ves cosas que realmente puedes hacer en tu ciudad y que importan a tus conciudadanos porque afectan a su vida diaria.
Se llega a la conclusión de que para que una comunidad genere una buena calidad de vida para los que la forman, no se necesitan unas instalaciones urbanas a todo lujo, ni unos acerados nuevecitos cada dos por tres, por no hablar de obras faraónicas. Se trata de civismo con mayúsculas, de un cuidado exquisito de lo ajeno y lo común, de recibir ayuda sin pedirla cuando, por ejemplo, te ven con un mapa de la mano, de un trato hacia las bicis por parte de los conductores de los coches escrupuloso, y exactamente igual de unos y otros hacia los peatones, y de un comportamiento entre las personas correcto y educado.
Cómo agrada ver a gente haciendo la compra en los supermercados o montados en el autobús urbano con los perros a sus pies, y eso no significa que aquellos perros estén mejor educados que los nuestros, tal vez sus amos sí. Hay familias con niños en cualquier sitio sin molestar corriendo a tu alrededor, gente divirtiéndose sin perturbar a los demás. Llego a la conclusión de que desde pequeños les inculcan estos valores y se los transmiten a sus hijos, creándo a cada generación una sociedad un poco más civilizada. ¡Qué envidia!
Curiosamente, no he visto carteles prohibiendo esto o aquello -haberlos los habrá no lo dudo-, quizá porque los representantes de los ciudadanos confían en la sensatez y civismo de los mismos a la hora de regular -en este caso de no regular- todo lo regulable.
Inevitable reparar en la estética de fachadas y señalética de los negocios. ¿No estaremos afeando nuestra ciudad hasta un punto de difícil retorno? Te das cuenta de que se puede entrar en una calle comercial muy similar a las nuestras y no ver un sólo cartel ocupando media calle, compitiendo con el vecino en tamaño y “horterez”. Se puede entrar en una ciudad atravesando un polígono industrial sin que te chirríe.
Me pregunto si se puede tener una ciudad cuidada en lo humano y en lo demás sin que intervengan los políticos en cada cuestión, ocupándose cada uno de lo suyo, compitiendo sanamente con tu vecino en la ornamentación de tu casa y cuidado de tu fachada, no porque nadie te lo exija, sino de motu proprio. Parece ser que sí.
En fin, que se pueden hacer muchas cosas para que nuestro día a día sea más agradable, y no debemos necesitar que las autoridades nos digan qué ni cómo. Debe salir de nosotros, por nosotros mismos y por nuestros vecinos. Como dice Jon Aguirre, de Paisaje Transversalcitado en un reportaje del País del día 20 de septiembre: “Uno cuida aquello por lo que se ha esforzado”. Tal vez ese sea el quiz de la cuestión.
Esforcémosnos en mejorar todo lo que nos rodea. Eso nos hará sentirlo propio y digno de su defensa. No se trata de copiar un modo de vida, que en nada tiene que ver con el nuestro en tantos aspectos, sino de emular lo mejor que otros seres humanos han podido conseguir. Ahí los políticos también tienen cosas que hacer: traten de ser un espejo para todos nosotros, donde nos miremos y nos veamos reflejados, ejemplos de civismo y sano desinterés personal. Traten de ser, de verdad, nuestros orgullosos representantes.
Por cierto, ¡qué chulos quedan los molinos en el mar!Se lo podíamos decir a nuestros vecinos chinatos, a ver si acaso.