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Fashionistas

Después de unos días de descanso vuelvo a la carga. Y como lo prometido es deuda, y siguiendo con mi repaso a las pseudo-tribus urbanas, hoy serán objeto de mi sátira los fashionistas. O, ¿tengo qué decir seremos? Porque no sé muy bien si debo incluirme en esta categoría o no, por modestia (falsa, desde luego). Porque llegar a ser un fashion-victim tiene su curro y no todo el mundo es capaz de conseguirlo. La inmensa mayoría se queda en un mamarracho-victim, que también tiene su trabajo pero es mucho menos glamuroso. De todos modos y como la crítica, al igual que la caridad bien entendida, debe empezar por uno mismo, me voy a incluir aunque sólo sea para ser objeto de mí (según algunos) lengua viperina.

Y es que hay que joderse lo difícil que es ser un fashionista. Por ejemplo, una temporada puedes mezclar sin miedo a equivocarte el verde con el azul, y a la siguiente eso mismo es una barbaridad tal,como poner a Massiel a cuidar de tu mueble bar.

Eso nos obliga a estar las veinticuatro horas del día ojo avizor: mirando revistas, navegando por internet, siguiendo blogs, yendo a desfiles o viéndolos en la tele, visitando tiendas… que parece agradable, pero apenas nos deja tiempo para nada; lo que te puede  llevar a  vestirte deprisa y corriendo, y luego pasa lo que pasa. Sales de casa en pijama, (que según D&G es lo último de lo último), o mezclas estampados imposibles en mas de dos prendas ( que al señor Etro le sentará bien, pero a nadie más), o con las sandalias sin medias (un “it” en todas las colecciones otoño-invierno, si, si, invierno), o calcetines con los zapatos y minifalda (según Prada es lo más y te libras de los “Arrrrgs” de la Cuore)…

Por no hablar de los precios que tiene este hobby (algunos dirán modo de vida). Esto de ser fashion-víctim estaba pensado para los ricos, pero la globalización e internet nos han empujado al resto y en esta época que vivimos en que nuestras economías están tan regular, el verdadero fashionista es capaz de pasar hambre por conseguir el último grito de lo que toque en ese momento (también nos queda Zara y H&M, aunque juremos y perjuremos que nunca vestimos low-cost). A ver quién me explica a mí cómo alguien con un sueldo de mil euros, se gasta 300 en unas zapatillas (¡hay que estar chalao!). Y la canallada del shop-on line ya ni te cuento. Antes, como te pillaba lejos, no comprabas. Ahora, en cualquier momento ¡zas! te has comprado algo de Gucci a golpe de ratón sin despeinarte.

A causa de esta devoción-adicción, somos capaces de faltar a nuestra palabra sin inmutarnos. Me explico: Todos hemos visto fotos de los años 80, década que tanto daño hizo a la vista y a la moda, y hemos dicho: “eso no me lo pongo ni loco”. Mentira cochina. Hemos vuelto a las hombreras, a los flequillos, a las tachuelas, a los pantalones campana, las plataformas, a los pitillo, al cuero… Como mucho lo cambiamos de nombre para “fashionalizarlo” y lo que en aquellos fatídicos años era fosforito, ahora es flúor.

Tengo una amiga que toda la vida ha buceado en el baúl de su abuela para vestirse, y la tachábamos de extravagante o loca dependiendo del modelo, y ahora eso se lleva, tanto que incluso tiene nombre: Vintage (si quieres ser más moderno ponle el acento en la i). También debemos recordar que, en el fondo, la moda es una serie de elecciones que hacemos, ya que no a todo el mundo le sientan bien las mismas cosas. Seamos conscientes de ello.

Los gurús de la moda son nuestros dioses, y a ellos debemos obediencia ciega. Estamos pendientes de cualquier novedad para conseguirla, aunque sea un disparate estético y/o económico. Como veamos a Sarah Jessica Parker con un floripondio en la cabeza, ¿quién se resiste? Ninguna. ¿O a Tom Ford con unas gafas nuevas? tres cuartos de lo mismo.

Debes llevar también flequillo aunque te quede como el culo, gafas, las necesites o no, (imprescindibles que sean de pasta y tamaño XXL), total look de alguien, pantalones pesqueros sin calcetines en nuestro caso, aunque te maten los zapatos, o calcetines de todos los colorines habidos y por haber, pajaritas, cuanto más grandes mejor, zapatos de rejilla, bigote (en nuestro caso, claro está), vestidos nude (tienes que pronunciarlo “niud”), prêt-â-porter de alta gama (??????), mules, sí, sí, vuelven las mules, estampados ochenteros en camisas y vestidos, zapatos sin medias en pleno enero, abrigos de manga corta aunque parezca una contradicción, shopingbags tanto ellas como ellos (lo que era la bolsa de la compra de toda la vida), maxi bolsos, mini bolsos, clutches, seguir como mínimo media docena de blogs o escribir el tuyo, tener siempre a mano el iPad o el iPhone para subir a tu Facebook o a Pinterest cualquier cosa que veas y te guste o te compres, vivir a dieta para entrar en la talla 38 (esa que todos decimos que usamos), comer sushi, beber gin-tonics con pepino o cardamomo y aparentar, a cualquier hora del día o de la noche, veintipocos. ¡¿Es o no es complicado?!

Así que a partir de ahora, cuando veas a alguien con dolor de pies, pasando frío en invierno y calor en verano, el flequillo que se le mete en los ojos pintados de cualquier color flúor, o que apenas puede respirar por la pajarita, con los pantalones pesqueros y unas enormes gafas, piensa en todo esto y siente, al menos, un poquito de compasión y piensa que puede ser contagioso.

 

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