Nuestro modus vivendi siempre ha estado muy ligado al centro de las ciudades. En torno a las plazas se ha desarrollado la vida. Eran, y son, punto de reunión, de encuentro y el corazón económico del pueblo. En nuestro caso, ochocientos años de mercado semanal lo refleja perfectamente. Los que vivimos intramuros tenemos la suerte de tener, a unos pocos metros de casa, oficinas de farmacia, agencias de viajes, tiendas de ropa, de alimentación, droguerías, mercerías, el Ayuntamiento y, por supuesto, bares, restaurantes y discotecas. Entre todos estos negocios hacen que el centro de nuestra ciudad siga vivo, con todo lo que ello supone, con sus pros y sus contras. Por un lado somos unos privilegiados por tener todos los servicios al lado de casa. Por otro, tenemos que soportar el tráfico, las dificultades para aparcar y circular, el ruido, la basura y suciedad que generan. Todo esto se llama convivir.
En los últimos meses se ha tratado de demonizar a cierta parte de la hostelería basándose, precisamente, en las dificultades de convivencia. La aparición de la “asociación” Intramuros, cuya hoja de ruta parece contener exclusivamente el cierre de estos locales, no hace más que caldear un ambiente ya bastante enrarecido de por sí. Esta “asociación” de la que la inmensa mayoría de la ciudadanía desconocemos por quién está compuesta, cuál es su objeto social y por qué se ha autoerigido defensora de todos los que vivimos en el centro, trata por todos los medios, incluso como amenazar al propio Ayuntamiento, de quitarse de debajo de sus casas estos negocios, dándoles igual las consecuencias. Y que no me venga nadie con que yo no lo sufro. Durante años he tenido una “discoteca” a escasos metros de mi casa y me han molestado, no la discoteca, sino sus usuarios.
¿Se han parado a pensar la cantidad de puestos de trabajo que dan estos locales? Docenas y docenas de personas que, en una ciudad carente de un tejido empresarial de primer orden, han conseguido una forma de ganarse la vida. Se trata, en la inmensa mayoría de los casos, de pequeñas empresas, muchas de ellas familiares, que trabajan muy duro para poder salir adelante en una época en la que el dinero destinado al ocio ha disminuido. No se trata de cerrar negocios. Se trata de que se respeten las normas de convivencia. Si tienes una terraza de un bar debajo de tu ventana y te apetece dormir la siesta con la ventana abierta, la solución no es quitar la terraza. Si tienes una discoteca, tres cuartos de lo mismo. En una ciudad de origen medieval, con calles estrechas, es muy fácil molestar, sobre todo por la noche, al que quiere descansar. Tratemos de hacer esa convivencia fácil. Todos tenemos derecho al ocio y, sobre todo, al descanso. Difícil de consensuar, pero no imposible.
Los negocios deben cumplir escrupulosamente las normas, poseer todos los permisos necesarios, cerrar a su hora, recoger la basura que generan y no molestar a los vecinos. Su actitud debe ser ejemplar. No es de recibo que se deje toda la basura producida por una terraza sin barrer, ni que saquen las bolsas de basura chorreando mierda o tiren el aceite por el desagüe con las consabidas consecuencias.
Por otro lado, nosotros, los clientes, debemos de procurar no molestar a los que duermen, ya sea tomando un café en una terraza, viendo un partido de fútbol en un bar, o saliendo de un restaurante o una discoteca sin dar voces, ni cantar o tocar las palmas, porque en la inmensa mayoría de los casos, somos nosotros los que molestamos, no los bares.
Se puede ir de un sitio a otro sin armar escándalo. También el Ayuntamiento tiene trabajo. Debe hacer cumplir las normas, que se respeten horarios como ahora se está haciendo, poner vigilancia policial para, en la medida de lo posible, acallar al personal que sale “eufórico” de algún local o multar a los que van con la música de los coches tuneados a todo volumen da igual cuál sea la hora.
Vamos a intentarlo. Vamos a demostrar que no somos unos incívicos y que sabemos convivir. De todos nosotros depende que el ocio nocturno de nuestra ciudad continúe o pase como en otros sitios.