Las cosas no son siempre tan fáciles ni tan normales como podríamos pensar. Muchos actos cotidianos como darse un beso o pasear cogidos de la mano, dependiendo de las circunstancias, se convierten en algo que puede ir desde llamar la atención hasta costarte la vida. Afortunadamente, las cosas poco a poco están cambiando, al menos en nuestro país. Del cambio en nuestra ciudad he sido testigo.
Ayer iba dando un paseo con mi perro Micco por la Puerta del Sol. Dos chicos, ambos de sexo masculino, estaban sentados en las escaleras de la fuente. Se hablaban al oído, ajenos a todo y a todos los que por allí pasábamos. En esto se dieron un beso. Fue un beso con toda la naturalidad del mundo, con ese amor que sólo dos chavales de diecitantos o ventipocos años son capaces de demostrarse.
Vieron que les miraba, incluso a mí me llamó la atención. Nos sonreímos. Una mezcla de sensaciones me invadió: Emoción, cierta envidia, normalidad, afecto, complicidad… Me alegró ver que algo está cambiando. Poco a poco, los jóvenes van consiguiendo cosas. Mi amigo José Julio me cuenta que en el instituto donde da clases cada vez son más habituales escenas como éstas, y eso es muy esperanzador en una población tan pequeña como la nuestra para según qué cosas.
Aunque el miedo o la vergüenza siguen latentes, la tolerancia se está imponiendo a la sinrazón. Aún queda mucho cafre que, por incultura generalmente y arropado por la manada, increpa al que hace algo distinto a lo que ellos creen normal, (la normalidad, no olvidemos, es un término muy amplio, que engloba cosas que a nosotros ni se nos pasan por la cabeza, como comer gusanos o vivir desnudos). Recordemos también que homofobia y lesbofobia están considerados delitos y que cualquier acto homófobo o lesbófobo debe ser denunciado y perseguido no sólo por el que lo sufre, sino por el que lo ve.
De eso se trata la celebración del “Orgullo“, aparte de una excusa estupenda para sacar la pluma -el que quiera- y divertirse, de reivindicar que todos somos iguales. Tengo muchos amigos heterosexuales y les quiero como si fuesen personas normales. Y ellos a mí también. Hemos tenido que luchar mucho, muchísimo, incluso contra nosotros mismos y nuestras familias y amigos por defender, no ya unos derechos que nuestra Constitución dice que tenemos, sino el modo de vida que queremos llevar que, por muchas cosas raras que se piensen, es tan normal y aburrido como todos, con la única diferencia de que en nuestro cuarto de baño, además de dos cepillos de dientes, hay dos maquinillas de afeitar o dos barras de labios.
Queda mucho por hacer, ¡claro que queda mucho por hacer! Entre todos hemos de conseguir que actos como éste dejen de extrañarnos, que se dejen de usar las palabras marica, gay, mariposón, bollera o lesbiana para insultar, ya que no son un insulto. Que cuando dos personas, del mismo sexo o no, se den un beso, veamos simplemente eso, el beso, y que quien quiera pasear de la mano con su pareja lo pueda hacer sin que a nadie nos llame la atención.
Supongo que tampoco ayudan mucho las explosivas declaraciones que desde determinado estamento se hacen día sí, día también; institución que en su día fue perseguida y que parece haber olvidado el dolor de la persecución y la discriminación simplemente por defender sus creencias y, veinte siglos después, hacen ellos exactamente lo mismo.
Ojalá esta generación lo consiga. Nosotros no pudimos tener un noviazgo normal, una juventud normal. Nos perdimos el tonteo de los quince años, el contar a los amigos si nos gustaba fulano o mengano, las tardes de cine en que la película daba lo mismo, buscarle entre la gente de la discoteca simplemente para que te sonriese y dormir tan contento esa noche…. Nadie merece perderse eso. Todos debemos sentimos orgullosos de ser como somos.