El mundo vive en el cambio constante, hace ya tiempo que dejó de permitir paréntesis de tiempo para detenerse y pensar. Una realidad transversal al conocimiento que a menudo va más rápido de lo que podemos humanamente digerir, que destierra el concepto de “zona de confort” y que obliga a aprender sobre la marcha.
Este censor cartel que ilustra mis palabras, no he parado de encontrarlo día tras día en muchísimos centros educativos (y no exclusivamente de España) Por lo general, no viene acompañado de una leyenda especificando horas o espacios de tiempo, sino que su aplicación es total y permanente en el centro educativo, involucrando también a profesores, conserjes o el personal de limpieza.
La historia nos recuerda que una prohibición habitualmente ha sido la consecuencia de la resistencia a un cambio. Un miedo a alterar un hábito que tratamos de subyugar deteniendo el mundo, cuando eso es algo que ya no puede permitirse ni el mismísimo Alá.
Cierto es que en cualquier sistema social siempre existe “temor al adelantamiento”, solemos engañarnos pensando que todo cambio nos desplazará a una inferior posición en el sistema. Sin embargo, no solemos pensar que todo lo que mejore a cualquiera de sus individuos mejora implícitamente al sistema en si, nos mejora a todos.
Nuestros centros educativos tienen que ser un reflejo de la sociedad que está tanto dentro como fuera de ellos. Vivimos en una sociedad totalmente digitalizada donde el teléfono móvil está por encima de todas las prioridades a llevar encima. Estoy seguro que ahora mismo en la plaza de España de Mérida hay más gente paseando sin dinero en sus bolsillos que sin teléfono móvil.
Utilicémoslos en nuestra clases, aprovechemos que están ahí. En la enseñanza suele ser queja habitual la falta de medios, ahora el mundo nos regala la posibilidad que, sin necesidad de pedírselo a sus familias o que los gobiernos lo tengan que subvencionar, los alumnos vengan a clase con una tecnología en su bolsillo mayor que la que llevó al ser humano a la la Luna. ¿Que no todos lo tienen y estaríamos discriminando?, seamos sensatos, ¿desde cuando todos los niños han tenido lo mismo?, ¿acaso eso ha influido en el correcto desarrollo de su aprendizaje? Si algo se enseña en las escuelas, y además muy bien, es enseñar a compartir.
Utilizando teléfonos móviles en clase podremos desarrollar dinámicas educativas aplicadas hacia una aprendizaje más pro-activo, fomentando el desarrollo del alumno en competencias organizativas, analíticas y creativas, que sin duda serán más que útiles para su día a día: diccionarios online, enciclopedias digitales, mapas conceptuales, editores multimedia, gamificación… Por contra, prohibiendo los teléfonos móviles estamos apagando una faceta social que sin duda necesita enseñanza en su correcta utilización. No olvidemos que un dispositivo conectado a internet es una enorme fuente de información, que esta fuente sea positiva o negativa se basará en como nosotros la utilicemos. No son pocos los casos de acoso escolar que han encontrado en el teléfono móvil su arma ejecutora, la solución nunca puede ser mirar hacia otro lado prohibiéndolo sin más, sino hacer todo lo posible para que esa negativa arma se convierta en una positiva herramienta con la que poder labrar un futuro más coherente, un futuro mejor.
A ustedes profesores, desde aquí les animo a arrancar alguna de sus clases encendiendo el teléfono móvil, enseñando a utilizarlo y potenciando el aprendizaje de sus alumnos. Ayúdense de todo los que les puede ofrecer, no se obliguen a ver el mundo a través de un cristal e imprégnense de él en primera persona. Sus alumnos lo agradecerán y es algo que necesitan de verdad, la sociedad lo está pidiendo a gritos mucho más de lo que se puede imaginar.