En tiempos asamblearios como los que vivimos, es habitual recibir emails, tuits, whatssapps, o incluso SMSs, que animan a participar en diferentes debates ciudadanos. Estos tienen como sana intención construir propuestas para mejorar aspectos de nuestro día a día social. Me resulta curioso que tener o no en cuenta la Educación en estas asambleas es un hecho bastante guadianesco y, por lo general, depende del futuro proceso electoral al que vayan dirigidas las propuestas.
Por ejemplo, en debates que persiguen un cambio a nivel nacional, la Educación suele aparecer junto con la Sanidad entre los primeros puntos “a solucionar”. A nivel autonómico, su peso disminuye en favor del desempleo mientras que, a nivel local, no se considera tema de debate en muchas ocasiones, o bien aparece diluido en un mismo bloque con Cultura, Juventud, Deporte o (el peor de los posibles) Festejos.
Este análisis, aunque superficial, arroja una básica conclusión: la generalizada sensación de concebir la Educación como una faceta social que únicamente se puede arreglar a alto nivel, a nivel “de Ministerio”, de arriba a abajo. ¿Acaso la Educación no tiene competencia local? nada más lejos de la realidad.
Hace siglos William Shakespeare definió el aprendizaje como “un apéndice de nosotros mismos”, una cualidad fisiológica a nuestra naturaleza que “dondequiera que estemos, estará también nuestro aprendizaje”. Por mucho que se esfuerce el Sistema Escolar en regular la Educación, no dejará de ser un esfuerzo inútil que choca contra nuestra propia humanidad.
El Sistema Escolar publica leyes y reformas educativas, las desarrolla apoyado en las Comunidades Autónomas y trata que las mismas se utilicen en los centros educativos con pena o con gloria. La peor consecuencia directa de esta legislación es la falsa sensación que hace pensar que “obtener buenas notas” es prueba tangible de excelencia educativa de un hijo, incluso llegándose erróneamente a pensar que “está mejor preparado” o “tiene más posibilidades para tener una vida mejor”.
Las calificaciones que un alumno obtiene en el Sistema Escolar no son más que una parte de su Educación, no el resultado global de su aprendizaje en si. La forma más completa (y cercana a la realidad) es concebir la Educación no como una carrera, sino como un engranaje.
Un eje importante de este engranaje es sin duda el ya comentado Sistema Escolar, pero no hemos de obviar otros dos igual de imprescindibles:
– Sistema Familiar: lo que se aprende en casa; que asienta la necesaria base de valores que el hijo ha de adquirir (como el respeto, coraje o humildad).
– Sistema Socio-cultural: lo que puede o podría aprender en bibliotecas, ludotecas y centros culturales; que persigue espolear competencias que escapan a la reglada escolarización (como el desarrollo creativo, el comunicativo o el crítico).
En el momento que estos 3 ejes no giren en una misma dirección y a un mismo ritmo, el aprendizaje de nuestro hijo quedará totalmente descompensado. Los ayuntamientos y agrupaciones a nivel local tienen un peso más que importante en la Educación, en su mano está dinamizar los lugares que permiten desarrollar muchas competencias didácticas para nuestros hijos que, en su conjunto, constituyen un Sistema Socio-cultural que no se limita a ser un simple apoyo reactivo del Sistema Escolar, sino un pro-activo potenciador del aprendizaje.
Utilizar las bibliotecas, ludotecas y centros culturales pensada y organizadamente, permitiría a nuestros hijos impulsar habilidades artísticas (a través de dinámicas de teatro, pintura o de comprensión de un instrumento musical), comunicativas (talleres de radio o de TV), de pensamiento crítico (talleres de debate)… Sin duda, competencias tan o más importantes para su futuro como pueden ser las matemáticas o las ciencias naturales. ¿Qué pueblo/ciudad no tendría personas capacitadas competencialmente para llevar a cabo talleres en esta dirección? Nuestros ayuntamientos tienen una herramienta que están desaprovechando y que apenas necesitaría de esfuerzo por su parte para llevarlo a buen fin.
Una oportunidad para que nuestros hijos conozcan todo eso que sabemos deberían aprender, pero que nos cuesta saber cómo. No obstante, para alcanzar el éxito educativo deseado, es vital que las familias valoren este tipo de aprendizaje socio-cultural del que sus hijos se impregnarían y disfrutarían.
Por muy oficial que sea, no hay que conformarse únicamente con vigilar el boletín de notas que reciben cada evaluación. Un padre no puede acabar siendo un auditor de boletines académicos, no será suficiente y no les asegura absolutamente nada en su futura vida. Un padre debe ser el principal motivador y orientador para el aprendizaje de lo que más quiere, su apoyo para recorrer el precioso camino de la Educación que, equilibrando cabeza y corazón, asegurará por siempre que su engranaje nunca pare de girar.