Estamos acostumbrados a concebir las librerías como un lugar diferente. Un lugar con olor especial, tan incomparable como el que ofrece el papel en estado nuevo. Atmósfera perfecta para evadirse y transportarse al mundo de la palabra escrita, de historias reales o ficticias, buscando conocer el mundo compartiendo los ojos y corazón de otro. Un lugar donde las conversaciones se enfocan desde otro concepto, un concepto que tiende a apagar la parte de nuestro cerebro más analítica, dándole espacio para su evasión a nuestro hemisferio más artístico y creativo. Esa parte de nosotros que los tiempos modernos parece que obliga a tener cada vez más ignorada.
Un lugar sin igual pero, por desgracia, un lugar en extinción. Según las últimas estadísticas, un total de 912 librerías cerraron en España el pasado año (siendo 443 librerías más de las que cayeron el año anterior) Además, el pequeño porcentaje de librerías que facturan anualmente más allá del millón de euros aglutinan el 85% de ventas de libros en España, dejando al resto de establecimientos una tesitura complicada, tanto, que en España ya tenemos 7.310 municipios sin librería.
¿Cómo se puede frenar una caída así? Ciertamente cuando un mercado cambia sus cimientos como está ocurriendo en el mercado del libro (sustituyendo el papel por contenido digital), la historia reciente no nos invita a ser optimistas. No obstante, un fallo del pasado no debe tomarse nunca como una carta de suicidio del presente, sino que hemos de aprender de los errores y construir posibles soluciones teniéndolos en cuenta. Estas soluciones podrían ser dos:
Especialización: ofrecer al cliente un excelente nivel de conocimiento del producto que cambie su forma de comprar. Esta especialización implicará que el consumidor no se dirija al establecimiento para comprar X o Y, sino para que el librero le aconseje que puede adquirir (ya que confía en su opinión experta). Esta especialización es la causa que permite actualmente que tiendas de música o videoclubs sigan sobreviviendo, no obstante, chocamos con que el nivel de ventas del producto cultural necesita ir más allá del público erudito para ser coherentemente rentable. Por lo que esta especialización aún siendo una solución, no deja de ser incompleta para alcanzar un número de ventas sostenible para la mayoría de establecimientos.
Abrazar el formato digital: que los libros bajen en ventas, no quiere decir ni mucho menos que la gente los esté dejando de consumir, no obstante, el consumo de libros en formato digital está convirtiendo la realidad comercial es una extraña contradicción. Aunque la piratería pueda ser una evidencia, cierto es que tampoco existen muchas alternativas legales que ofrezcan al usuario un modelo de compra de libro digital que le haga fuertemente frente. Si las librerías pudieran ser parte de un modelo que permita ofrecer a sus clientes catálogos de libros en formato digital (de una forma cómoda, coherente y útil para el consumidor) sin duda sería una solución de futuro mucho mejor para el usuario que navegar por decenas de webs de descarga alegal, difíciles de entender para la mayoría de lectores potenciales.
Ambas posibles soluciones arrojan una conclusión común. Ésa no es más que la necesidad de apoyarse en un tercero (a ser posible, de total confianza) para alcanzar un objetivo que se necesita o se quiere conseguir. En la comercialización de libros actual hacen falta personas que “gestionen el cambio” hacia la digitalización, alguien que aconseje y de soporte en esas operaciones que la sociedad nos quiere hacer pensar que son obvias y “todo el mundo las puede realizar”, pero que posteriormente una gran mayoría de usuarios acaban apoyándose en un amigo informático o un sobrino que le gustan los ordenadores para llevarlas a cabo. Piénselo bien:
“Todo el mundo sabe comprar billetes de AVE por internet” pero si usted se pasa por las taquillas físicas de Atocha el día que quiera (a la hora que desee) las encontrará repletas de gente.
“Todo el mundo gestiona su cuenta bancaria por internet” pero entidades de filosofía digital como ING Direct no paran de abrir oficinas físicas por toda la geografía.
“La gente se baja las películas por internet” pero luego las suscripciones a paquetes de TV digital crecen cada trimestre en España.
Y así un largo etcétera de ejemplos, representativos de la contradicción entre los procesos automáticos marcados socialmente como habituales y su posterior puesta en práctica de forma manual, necesitando el apoyo de terceras personas.
¿Cómo podría encajar un librero en esta “gestión del cambio”? Si hay un escenario donde las librerías puede encontrar su beneficioso lugar dentro de la comercialización digital, es sin duda en el libro de texto educativo. Actualmente nos encontramos un ecosistema donde las editoriales están desarrollando un importante número de libros de texto e-Learning acordes al momento tecnológico que vive el mundo pero, por desgracia, no están utilizándose en las aulas masivamente.
Yendo incluso al mejor de los casos (centro educativo con conexión a internet necesaria y todos los alumnos con un dispositivo personal adecuado) se encuentran muchos problemas a la hora de dar el salto e-Learning, debidos en gran parte a la inexistencia de un modelo comercial que permita a los padres adquirir estos contenidos educativos digitales.
Esto no es comprar un ebook (que uno paga, descarga y lee), un libro de texto educativo digital es un contenido dotado de interactividad que ha de quedar conectado entre docente y alumno a través de una plataforma educativa para, de esta forma, el docente pueda evaluar la utilización que el alumno lleva a cabo del mismo. Esto implica unos desarrollos tecnológicos más ambiciosos para su comercialización, pero en absoluto imposibles. Unos desarrollos que dislumbran un modelo para el usuario final no excesivamente sencillo, donde apoyarse en un tercero (como podría ser el librero) sin duda resultaría de total utilidad.
A su vez, para alcanzar el escenario donde el librero tuviera hueco para ser agente comercializador digital, es muy importante alinear operativamente a todos los agentes participantes en el modelo (padres, centros educativos, libreros y editoriales) Para tal fin, se estima la necesidad de implicación de la administración pública como agente dinamizador, marcando (desde el diálogo entre partes) los pasos organizativos de forma inteligente, sabiendo aterrizar un mercado que día a día se está evaporando en parte. Consiguiendo que la vida educativa de los habitantes de su región sea mucho más sencilla y prospere coherentemente.
Resumiendo en base a los argumentos expuestos en este artículo, se puede afirmar que el mundo educativo está en un momento en el que merece la pena aprovechar la oportunidad de construir un modelo de comercialización de libro digital. Un modelo que beneficiaría a todos, desde apegados al papel hasta los mayores tecnócratas, donde podrían estar representados todos los agentes del modelo físico, permitiéndoles evolucionar. Hablando se entenderá la gente.