El teletrabajo ha llegado para quedarse. La pandemia ha obligado a muchos españoles a trabajar desde casa y son muchas las empresas -que una vez levantadas las restricciones- han continuado con esta práctica, hasta el punto de necesitar una regulación por parte del Gobierno que se ha plasmado, primero en el RDL 28/2020, 22 de sept. y posteriormente, en julio de 2021 en la Ley 10/2021 de trabajo a distancia.
Dicha Ley (y el art. 2 del Estatuto de los Trabajadores) diferencian entre el concepto de trabajo a distancia y teletrabajo, siendo el primero la “forma de organización del trabajo o de realización de la actividad laboral” en su domicilio o en otro elegido por el trabajador, siempre con carácter regular. Por su parte, el teletrabajo sigue la misma definición que el anterior con la diferencia de que este último tiene que ser desarrollado a través de equipos informáticos y de comunicación.
Pero el teletrabajo no ha sido una revolución laboral reciente. En los años 70, y coincidiendo con la crisis del petróleo de 1973 del Yom Kippur desencadenada tras la decisión de los países de Oriente Medio de cortar las exportaciones de crudo, Jack Nilles (ingeniero de la NASA) lanzó una curiosa propuesta: “si uno de cada siete trabajadores no tuviera que desplazarse a su centro de trabajo, EE.UU. no tendría la necesidad de importar petróleo” …favoreciendo además la conciliación familiar. Años más tarde -a principios de los 80- y en pleno auge de la era informática, fue la multinacional tecnológica IBM la que implementó el teletrabajo planteado por Nilles a un grupo reducido de sus trabajadores, pudiendo presumir hoy día de ser una de las primeras empresas que desarrolló esta iniciativa.
A raíz del éxito de IBM, fueron muchas las empresas y gobiernos que se animaron a implementar estas medidas en sus organizaciones, algunas con resultados muy positivos y otras no tanto, como el Plan Concilia que intentó poner en marcha España en el año 2005 para las Administraciones Públicas, pero que prácticamente pasó desapercibido.
Hoy día, los miedos al rechazo de sindicatos y patronales son muy parecidos a los que se dieron en su momento: la falta de eficiencia, la difícil transmisión de algunos conocimientos a través de plataformas digitales, la autogestión, el problema de “un horario sin horario” o que las empresas aprovechen esta situación laboral para fijar salarios más bajos.
Sin embargo, los empleados con teletrabajo o trabajo híbrido (alternar el teletrabajo con el trabajo presencial), se han adaptado a estas nuevas fórmulas de manera sorprendente, incluso con incrementos en la productividad en la mayoría de las empresas que lo han puesto en práctica, iniciándose una tendencia que cada día gana más adeptos.
De hecho, según la encuesta realizada por EPA, el 80% de los trabajadores afirman haber ganado tiempo para su ocio, conciliación familiar, ahorro en desplazamientos y poder gestionar su propia agenda. Pero por contra, casi todos los encuestados ven como una de las principales desventajas la pérdida de contacto social con los compañeros de trabajo. En todo caso, más un 34% de la población califica de 10 su experiencia con el teletrabajo, tanto en el aspecto personal como en el profesional.
Con todo, las empresas están mejorando notablemente su productividad, hasta el punto que gigantes como BBVA, Bankinter, Airbnb, Twitter, Vodafone y hasta el propio Gobierno (habilitando tres días para la Administración en su plan de ahorro energético) lo tienen implantado desde la pandemia, con intención de seguir mejorando las condiciones de los trabajadores que lo practican y aprovechando, por qué no, para el ahorro energético.
En estos tiempos, y estando la inflación y los precios de la energía por las nubes, es una medida necesaria, pero, sobre todo, fomentando la salud laboral de sus trabajadores.
Paula Álvarez