Irse al cielo
El otro día el Arzobispo me decía que él esperaba ver a Dios con inmediatez cuando muriera, que lleva tiempo deseándolo. A los pocos días, me contaba Elena y me lo confirmaba Mamen –Maestra- que le habían explicado a su hija cómo era el Cielo, donde estaban nuestros seres queridos, como su tía Araceli, y lo veía tan apetecible que ella se quería ir ya, para gozar de él. Como Paula, una religiosa contemplativa de noventa años de Talavera, que está loca por hacer ese viaje para estar ya con el esposo divino y en el corazón del Padre. Traigo todo esto a colación de algo vivido hoy.
Don Francisco ha muerto
He asistido al sepelio, a la celebración cristiana en la que despedíamos a “Don Francisco”, el que ha sido el cura de Granja de Torrehermosa , mi pueblo,y de la Aldea de Cuenca –esta de Córdoba- durante más de cuarenta años . Llevaba ya siete años en el asilo de Azuaga, cuidado por las hermanas religiosas. Allí me pidieron, junto a otros sacerdotes del pueblo, que hiciera el gesto de poner sobre el féretro la casulla, la estola y el evangeliario, como signos de su ser y hacer ministerial en la Iglesia. Curiosamente él había sido el sacerdote que me lo había impuesto a mí el día de mi ordenación y para mi primera misa, hoy era yo el que lo ponía para su despedida final para el cielo. Allí estaban fieles de Granja, de Cuenca, de su pueblo natal de Valverde de Llerena, donde se enterraba, y sacerdotes compañeros que queríamos estar con él en este momento tan trascendental. Al poner sobre su cadáver aquellos símbolos me venía a mi cabeza y a mi corazón lo que este hombre sencillo ha sido para mi pueblo.
Curas octogenarios
En él, en su vida, veía reflejada toda la generación de presbíteros, que venían desde los años 50, que fueron preparados para un ejercicio del ministerio consagrado en un tiempo de cristiandad en la sociedad y tuvieron que abrirse, con verdadera alegría en muchos casos, a la renovación del Concilio Vaticano II y de la sociedad considerándose servidores del pueblo de Dios, que habían venido a servir y no a ser servidos. Han tenido que aprender a celebrar, a evangelizar, e incluso a andar sin sotana y sin reconocimiento social, en una cultura y sociedad nueva, en medio de los hombres como un hermano y un ciudadano más.Han sido sacerdotes que han sabido vivir sus vidas como seres expropiados para utilidad pública. Recuerdo que en su homenaje de los cincuenta años sacerdotales, el pueblo valoraba que él había sabido hacerse uno más en medio de ellos.
Su vida y nuestras vidas
Don Francisco ha visto nacer a muchísimos vecinos y los ha bautizado, les ha dado la primera comunión, ha gritado ¡vivan los novios¡ en cientos de bodas, acompañado a los enfermos hasta la muerte y se ha movido entre todos conociendo las pobrezas, las alegrías, las tristezas, la esperanzas y los fracasos de cada una de las familias del pueblo. Mirar la vida y persona de Paco ya gastada, era mirar al pueblo y ver en su vida y en sus facciones algo de todos nosotros, por eso hoy sentíamos ante él un verdadero cariño.
Él ha conocido nuestros pecados y nosotros hemos sabido de sus defectos y debilidades, pero al final del camino, tras los años compartidos la balanza hablaba de una entrega auténtica al pueblo y a la parroquia, que los paisanos con su presencia en el entierro querían reconocer y agradecer.
La gracia de Dios en él
Lo que se puede valorar en él, es lo mismo que es propio en muchos sacerdotes ya vencidos por los años, ya octogenarios avanzados que vamos despidiendo:
La sencillez:
Recordaba hoy como llegó con su vespino, con el que recorría todas las calles y casas y supo hacerse uno más del pueblo; sabía ser hermano y compañero de las inquietudes, tanto sociales, como culturales, materiales y espirituales. Su grandeza ha sido siempre su cercanía.
La pobreza:
Llegó con muy poco y se va con menos, muriendo como cualquiera del pueblo en el asilo, pero va con un tesoro que nadie podrá quitárselo nunca: lo que ha vivido y amado entre nosotros.
La preferencia por los débiles:
No ha tenido nada y lo ha dado todo; los más pobres del pueblo, los más desvalidos han sido lo que más han disfrutado y lo han poseído como algo propio. El esquizofrénico ha sido su hijo, el abuelo solo y enfermo ha sido su padre, el alcohólico ha sido su hermano, el arruinado y los parados ha sido sus herederos, los inmigrantes disfrutan de su casa como propia, los pobres han sido su dueño.
Ha cuidado la vida celebrativa de la parroquia, incluida la música y el canto, y en todo ha querido ser fiel a Dios, al que lo expropió para utilidad pública. Al poner hoy sobre él las vestiduras sacerdotales y el evangelio he sentido orgullo, por mi pueblo y por este cura sencillo y pobre. Don Francisco nos ha ganado y para siempre será un cura de Granja, un hijo predilecto del pueblo, porque siendo uno más ha sido verdadero hermano. Por eso hoy le hemos aplaudido al verlo salir a hombros de compañero para marcharse para siempre, en nuestro aplauso iba ese saludo querido:
Adiós, Don Francisco, hasta el cielo.