“RICARDO Y SU PARROQUIA”
La alegría del evangelio y la familia numerosa
Hemos viajado muchos kilómetros juntos… más de 200.000 – viajes de ida y vuelta a Perú, alguno en primera clase, por aquello de que los últimos serán los primeros también en Iberia, cuando faltan asientos-, pero esto sólo es una anécdota en su vida de ministerio y de humanismo bondadoso, y en mi relación personal con él. Hablo de Ricardo Cabezas de Herrera, sacerdote diocesano de Mérida-Badajoz y actual párroco de la parroquia del Perpetuo Socorro en nuestra ciudad pacense, que está celebrando los veinticinco años de su fundación, aquella parroquia que comenzó en un garaje de la hermanas. Celebración que coincide con los cincuenta años sacerdotales de su ministerio, ordenado en 1966.
Siguiendo al “compasivo y digno de fe”
En su quehacer sacerdotal ha habido lo que llamamos unificación de la persona, en él no ha sido oficio sino configuración personal para vivir la raíz bautismal que le define como hijo de Dios y hermano de los hombres en el Espíritu de Jesús. En eso ha seguido a Jesús – desde la carta a los Hebreos- en lo que se refiere a ser “compasivo y digno de fe”. Desde ahí ha entendido la llamada y el caminar ministerial de su existencia.
En su reflexión personal y compartida familiarmente, como una carta a la comunidad, en la celebración que tuvo lugar este Domingo en la Parroquia, con la presencia de una comunidad numerosa y presidida por el Arzobispo Celso, él hacía notar dos claves fundamentales con categorías muy sencillas de su forma de entender el Evangelio que le habían acompañado en todo este trayecto presbiteral de cincuenta años: “Familia numerosa” y “ser feliz”.
El regalo ser “familia numerosa”
Familia numerosa enraizada en la clave de la misericordia como ejercicio de la compasión mutua y comunitaria. Para Ricardo no hay duda, da fe de ello, de que “Dios se ha dejado ver a favor suyo” -como hizo y hace el Resucitado con sus discípulos-, a través de los acontecimientos sencillos de la vida, tanto desde la experiencia de trabajar en una planta embotelladora de Butano en Mérida, como de estudiar en Madrid, ser cura de los Santos de Maimona, actuar de Vicario pastoral en la diócesis, ser profesor de teología dogmática, y participar en la creación de esta parroquia con una comunidad de personas queridas. De todos estos lugares, destaca que su corazón ha quedado grabado por miles de personas y sus historias, en las cuales se ha sentido vivo y querido, tanto en las de gracias como en las de pecado, en las de éxito como de fracaso, en las de vida como las de muerte, en las de dentro como en las de fuera, en la de los creyentes como en la de los increyentes. Para él no ha habido fronteras ni exclusiones, por eso agradece al Padre la “Familia numerosa” que le ha concedido y con la que sigue viviendo y amando sin límites.
“Allí fui feliz…”
En el caso de ayer se fusionaban dos dimensiones de celebración inseparable el 25 aniversario de la comunidad parroquial y el 50 aniversario de su ordenación sacerdotal, se fusionaron en un acto porque es que no hay separación alguna, entre Ricardo y su parroquia, su ministerio y su bautismo, su teología y su pastoral. Él lo explica muy bien cuando habla del genitivo epexegético: “la parroquia de Ricardo” y “Ricardo el sacerdote del Perpetuo”, la vida es “nuestra”, y desde ahí él se siente: vecino, hermano, compañero, discípulo, maestro, amigo, hijo, padre… Todo con el deseo de que el otro se sienta querido y servido, a la vez que valorado, admirado y comprendido.
Te doy gracias Padre por ellos
Ricardo terminaba su agradecimiento ante el Señor, no tanto por los regalos que de tantas personas había recibido a lo largo de su vida; sino ante todo, por todas esas personas, ellos han sido el gran regalo de su vida. Yo quiero unirme a esa acción de gracias, con toda su comunidad parroquial, con su compañeros, religiosas, con esa gran “familia numerosa” que le define, y agradezco al Padre, todos los regalos que he recibido de su persona, que son muchos, pero sobre todo por su “persona”, por su sencillez y gracias por su valor de referencia humana, cristiana, sacerdotal y eclesial. Yo también he sido feliz contigo y he aprendido caminos para seguir siéndolo, desde tu modo de ser y estar en medio de los hombres, con compasión, sencillez, y haciéndote digno de confianza. Personalmente creo que soy fiel a muchos compañeros del presbiterio si proclamo tu diocesaneidad y eclesialidad profunda y entregada en el caminar de nuestra iglesia de Mërida-Badajoz, en su historia y en su caminar tú ha sido significativo en estos cincuenta años, un testigo fiel en lo que se refiere a Dios, a la Iglesia, y al corazón de la humanidad que es donde siempre has situado lo divino y lo cristiano. La marca de la casa paterna va en tu pastoral: “pasó haciendo el bien, curando, sanando…sin condenar ni juzgar” y creo que se te puede aplicar a tí, sin duda, eso que te gusta tanto de Machado y Miguel Hernández: “un hombre bueno” y “un compañero del alma”.