Un regalo divino y una madre “héroe”
Me comunica el compañero de la parroquia que ha fallecido una persona de nuestra demarcación parroquial, que si puedo realizar su funeral el miércoles en la mañana. Me dice que es una chica de treinta y dos años, pero que no tenemos más referencias. Me paso hoy por el tanatorio, a última hora de la noche antes de regresar a casa, para conectar con la familia y situarme de cara al funeral que voy a celebrar mañana para orar por esta persona fallecida, junto a su familia y conocidos.
Al llegar me saludan conocidos de la parroquia que van a dar su sentido pésame a la familia y ya me dan pormenores interesantes de la situación. Alicia, la fallecida, tenía treinta y dos años y ha sufrido parálisis desde su nacimiento, siendo dependiente total. Su madre quedó viuda cuando ella tenía ocho años y otra hermana, Sara, cinco. Ha luchado y se ha entregado por sus hijas como una “madre héroe”, sobre todo por la que más la necesitaba. Después del saludo, con su madre y su hermana, enseguida brota su sentir en estos momentos de dolor. Y según me van relatando lo que sienten y viven ante la muerte de la hija y la hermana, me voy sintiendo bañado de evangelio y de gracia vivida a borbotones. Su visión creyente y agradecida de la vida de esta criatura amada para ellas, me hace emocionarme de encontrar tanta fe en la vivencia de una enfermedad y una limitación tan profunda.
Toda un vida llena de vida
Al nacer, le pronosticaron un año de vida, consideran un regalo de Dios haberla tenido más de treinta. Sara me dice, que la gente no puede imaginarlo, pero la sensibilidad que ella ha adquirido en la relación con su hermana, es algo que no puede compararse con todos los estudios de su vida, ni con la riqueza. Su madre me dice que tiene una paz y una serenidad, en medio del dolor, de haber sido fiel en el amor, de haber amado y sentirse amada por ella, y que ahora todo su amor se centrará en Sara, a quien ha descuidado más porque podía volar por ella misma. Le sostiene la esperanza de que ahora va a ser cuidada por su padre, que ya la adelantó en el morir, y por el Buen Dios, que siempre ha estado junto a ella y ahora la tiene ya consigo para siempre. Tras orar con ellos ante el cadáver cuidado y rodeado de bellas flores blancas, de sencillez, pureza y hermosura, me vengo a casa, callado en el coche, dejando que el eco del encuentro se repita y se repita, y en él encuentro respuesta a esa pregunta tan constante para el hombre, sobre todo ante el dolor, la debilidad, la limitación: ¿Dónde está Dios?
Ante Alicia, ¿Donde estaba Dios?
Y siento que el propio eco de lo recibido en minutos, se me hace grito y respuesta a la luz del evangelio que se ha hecho vida en esta persona y en la relación vivida con los suyos. Una vez más lo que dice el evangelio no es verdad porque lo diga el evangelio, sino porque es verdad en la vida, pasa realmente. Y así lo creo, se vuelve a cumplir lo de la verdadera señal de Dios:
“Esta es la señal, un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”
Dios se ha revelado en Alicia:
– Envuelta en pañales y acostada en un pesebre: dependiente.
– Rodeada de cariño y cuidados: Mayores. Abuelas, tíos, primos, jóvenes, niños… cuidados.
– Piedra angular: Centro de vida para su madre y su hermana.
– Fuente y Lugar de la mayor sensibilidad.
– Oración de la madre ante la vida ultimada de Alicia:
¿Cómo te podremos pagar Señor, todo el bien que nos has hecho con Alicia?
– Alzaremos la copa de la salvación e invocaremos tu nombre,
y anunciaremos ante toda la asamblea que el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres.
Grande porque nos eligió para ser portadores del tesoro de la vida de Alicia, un tesoro en vasija de barro, que hemos cuidado con amor hasta su último suspiro.
Porque has atendido nuestro ruego pedigüeño de que no sufriera para morir y que ella me antecediera en la marcha y se fuera abrazada maternalmente hasta el último momento, para que así me puedas abrir las puertas del paraíso cuando llegue yo también a la plenitud, contigo y con papá, y allí nos encontremos definitivamente para no morir ni sufrir, sino solo gozar llenos de vida y de ilusión sin fin”
Esta noche como sacerdote, fui a conocer, consolar, y he salido confortado, reconocido y fortalecido en mi fe. Gracias Alicia, gracias familia, que Dios os bendiga y sintáis pronto el ciento por uno de todo lo amado. Ya no te veremos en tus sillas de ruedas, en tus paseos por el barrio y la zona, ahora serás tú la que, gloriosa desde el cielo, nos veas, nos sonrías y nos alegres la vida a los que vamos deambulando y muchas veces tropezando por este valle de esperanza. Ayúdame mañana, para que en mi torpeza de pecador, mis palabras puedan estar a tu altura, y yo diga lo que el Padre Dios y tú queréis que diga a todos los vuestros.