La ceniza en el centro AFAEX
Terminado el ajetreo de los carnavales, volvemos a la rutina, tocada de singularidad, para los que nos sentimos cristianos. La liturgia nos adentra en el tiempo de la cuaresma a través del rito centenario de la imposición de cenizas en este miércoles, que nos abre la cuarentena del paso por el desierto con las armas de la oración, el ayuno y la limosna.
Como corresponde a mi ministerio hoy me toca el oficio de imponer la ceniza a los fieles y me dispongo en la mañana para que no me ocurra lo que León Felipe avisa en su poema: “No sabiendo los oficios los haremos con respeto. Para enterrar a los muertos como debemos, cualquiera sirve, cualquiera… menos un sepulturero.” Pero es la misma mañana la que se encarga de espabilarme, lo hace en el centro AFAEX. Paco me avisa de que vaya al centro vecino de la parroquia, centro de día para enfermos del alzheimer, porque él estará fuera. Hacemos una pequeña liturgia, con cantos, evangelio y la imposición de la ceniza. La siguen fielmente como de un recuerdo vivo y presente, se unen los trabajadores. Ha sido un momento de paz y calma, serenidad y cierta alegría, a mí me ha dejado en mi interior una clave para entender el sentido de esta liturgia y del tiempo cuaresmal que comenzamos. Más de una vez he escrito sobre estos enfermos y la aparente pérdida del “yo”, cuando el yo queda en manos de los que te quieren y te cuidan, porque tú ya no lo conduces. Es impresionante la relación entre la mente y el cerebro, ese misterio permanente con el que nacemos y en el que morimos sin más luz de lo que somos y lo que amamos para seguir viviendo.
Polvo eres y en polvo te convertirás…
La reflexión me ocupa y me desborda en este día que invita a la conversión. Entiendo que la conversión ha de darse entregando el “ego” al “yo”. Recuerdo que la expresión antigua al imponer la ceniza era lacónica: “acuérdate que eres polvo y en polvo te convertirás”. Y medito a la luz de esta enfermedad que se presenta como olvido de lo inmediato y lo actual para reavivar de un modo radical el pasado en la infancia más desnuda. En ese olvido de lo actual se cifra pérdida del control del yo, para entregarse como un niño débil y necesitado en las manos de los que te sostienen y de los que necesitan amor y cuidado. Pienso que en la sociedad actual y en nuestra cultura se da la tentación de la contrario, hambrientos de presente y agarrados a él por el poder, el placer y la riqueza, nos olvidamos del origen auténtico de cada uno de nosotros, de ese origen que es clave del futuro:
la debilidad de un yo que se forja en la relación del amor y del cuidado mutuo. El “ego” se come al “yo” y lo disfraza de una eternidad lisonjera y atrevida, que queda desnudada en los signos de lo débil que siempre acechan y amenazan, aunque los obviemos e ignoremos. Hoy necesitamos volver con el corazón a la debilidad de la infancia y de la vejez, para saber quiénes somos y a dónde vamos, para recuperar el verdadero sentido y el valor de nuestro yo junto al nosotros de la humanidad y del mundo.
Adelgazar el “ego”
El psiquiatra Castilla del Pino decía que el hombre actual debía adelgazar su yo, ese sentido de la originalidad y singularidad de lo humano para sentirse más cosa del mundo, yo hoy en esta meditación entiendo que el evangelio me llama a adelgazar el ego para fortalecer el yo. Es el ego el que se derrumba con la realidad de su contingencia, no somos los que sabemos, lo que podemos, ni siquiera lo que gozamos, somos los que amamos y queremos, complementados con lo amados y queridos que somos por los otros. El evangelio nos invita a fortaleceré el verdadero yo sin disfrazarlo de ego, ahí está el reto entregar el ego para que el yo sea original y auténtico en el amor. Todo lo demás polvo es y en polvo se convertirá.
Ante mí, los otros y Dios
Pablo d´Ors escribe invitando a recorrer un camino de profundidad y anonimato, entregando el ego y recuperando el yo, en las claves cuaresmales de lo humano y de lo divino: Ante los demás, vivir la generosidad de los que se entregan en silencio sin pedir nada a cambio; ante Dios, la oración callada del que se sabe criatura y necesita fundamento para sentirse amado y poder aspirar a la vida de lo eterno; ante mí mismo el ayuno de todo aquello que siendo autorreferencia me impide crecer por dentro en sabiduría y gracia, en libertad verdadera.