(In memoriam de mi madre Dolores)
Camino de Granja
Hoy he ido, con mis hermanos, a nuestro pueblo, Granja de Torrehermosa, a la casa de mis padres, la nuestra. Si nos preguntaran a qué hemos ido, la respuesta sería simple: a barrer el doblao de nuestra casa, la que está en la calle Cervantes, en la que vivieron nuestros abuelos, mi madre y sus hermanos, mis padres, nosotros sus hijos, y la que han vivido como propia mis sobrinos, sus nietos, así como muchos de nuestros primos, en la que siempre han entrado y salido con total confianza los vecinos, en la que muchos han sido acogidos y en la que se ha compartido todo, la que estuvo llena del cariño de mi madre y del trabajo de mi padre y su honradez. Allí hemos nacido, gozado, sufrido, comido, crecido, enfermado, allí han muerto seres queridos, hemos dormido y, sobre todo hemos soñado.
Los niños vecinos ya profesionales
El vecino Miguel, el que vimos nacer como niño de la Mercedes, hoy ha sido el que me ha entregado las llaves de la puerta nueva, tras haber realizado, como albañil de confianza, una obra de puesta a punto en la casa para poder recuperarla en su mejor estado, para volver a ella y disfrutarla; después ha llegado Mané que será el pintor que la embellezca y su hermana Manola que se encargará de la limpieza última. Todo un proceso de actualización y cuidado hecho con personas de la calle, de las de toda la vida, las que hemos visto nacer, crecer, y ahora ya vecinos maduros, con una confianza total nos tratan como familia y posibilitan hacer con paz y serenidad esas cosas que en el mundo son tan difíciles, porque falta el fiarse, la confianza familiar y amistosa.
Los hermanos en el doblado
Los hermanos, cada uno con su cepillo, hemos llegado con la misión clara de adecentar el doblado de la casa, pues tras el arreglo y repaso del tejado había caído mucha tierra y escombros sobre el piso. Además hacía más de diez años que no se barría, el tiempo desde que mi madre lo hizo la última vez, antes de ir perdiendo sus fuerzas y no poder volver a su casa. Ella, cuando llegaba el tiempo bueno, se subía bien temprano, regaba con agua para que se asentara, se pasaba horas y horas, incansable y quedaba todo limpio, ordenado, sabía perfectamente todo lo que tenía y donde. No tiraba nada, porque todo se podía reciclar, ahora los albañiles han podido utilizar azulejos de hace más de treinta años para arreglar detalles que de otro modo hubieran sido imposible. Ella misma nos decía: cuando yo no esté ponéis un camión abajo y tiráis todo lo que queráis, pero mientras yo viva, ni hablar. Allí había detalles de mil cosas y mis historias, que hablaban de personas, vidas, trabajos, fiestas, llanto, nacimiento, luto, útiles de cientos de faenas y cosas para la casa. Cosas usadas y viejas, cosas queridas… Mis hermanos aprovecharon un viaje anterior, para obedecerla en aquello de que pondríamos el camión para deshacer todo aquello. Pero hoy quedaba lo que no fueron capaces de tirar, lo que también a ellos les hablaba de vida, historia, amor, no cosas de valor material sino símbolos de los que fueron y de los que somos.
De esas que el alma no te deja tirar porque unen pasado, presente e incluso futuro, desde la tinaja de los dulces de la abuela, al primer juguete que compraron al primer nieto. El cuadro con el nacimiento del recordatorio del primer hijo y la foto pintada de la hermana joven que murió, por las tifoideas, en el pueblo de origen, Villagarcía de la Torre,y por cuyo duelo y dolor tuvieron que venir a vivir a Granja, o las de las bodas de nuestros tíos, o todos los cestos donde se recogían los huevos de las gallinas en el campo. Una vez más, el silencio se ha apoderado de nosotros, barríamos en silencio, sólo comentarios de vida y sentimientos profundos de lo que nos iban sugiriendo los sacramentales que separábamos para poder barrer mejor: el baúl, las ballestas de los pájaros, las tinajas, los baños, las herramientas de trabajo, las cantareras, el sillón, algunas sillas, los cuadros, el primer ventilador y la túrmix, los tentemozos, la altamuces del abuelo… y la reflexión.
Reflexión y silencio
“La casa, la de la sencillez y lo ordinario, tiene doblado, el cuerpo tiene alma, y en ese alma doblada de la casa del pueblo, la memoria, la voluntad y la inteligencia de los que somos y vivimos, de una familia que continua. La memoria de lo amado, lo querido, lo sudado y lo sufrido, hecho trozos, gastado pero fecundo, auténtico lleno de huellas y de sudor entregado, amor certificado por el tiempo del ayer, del presente que se fecundó, para que nosotros tuviéramos futuro. Lo voluntad inconfundible y determinada de que la vida se tiene para darla, que venimos para irnos, que no nos podemos atar a nada pero tenemos que valorarlo todo y saber cuidar y guardar, porque lo de reciclar es un modo de vivir más que de ahorrar, y lo pasado tiene un gran valor para hoy y para mañana. Y la inteligencia de que sabe distinguir lo importante de lo secundario, lo primero de lo segundo, lo esencial de lo insignificante. La sabiduría del momento vivido con gracia, luz, cariño y alegría, sabiendo que cuando el otro se encuentra bien con nosotros y goza, nuestra gozo llega a plentitud, sea en los padres, en los hijos, en los hermanos, en los nietos o en los vecinos.” Todo esto se movía en nuestras almas desde esa alma callada de la casa que es nuestro doblado. Y se hacía más vivo, cuando visitando a la tía Victoria, que se alegra y se emociona cuando nos ve “porque la sangre es la sangre” –aunque la demencia ya le rompa externamente su memoria y su inteligencia pero no su voluntad y afecto- se hacía más vivo su recuerdo de la casa de barriocuervo, la de los suyos, sus padres, sus hermanos, su infancia, su juventud, aunque le cuesta poner tiempo y fechas en su confusión.
La lección: cuatro días
El hermano mayor nos daba la lección del día, cuando parábamos a comer en el paso por Llerena: “Yo ya me he dado cuenta de eso que cuesta entender, veo que van faltando todos nuestros padres, tíos, algunos quedan muy mayores, y somos nosotros ya los mayores, la vida son cuatro días. Nos creemos que la vida es …, pero son cuatro días, lo siento cuando leo eso del salmo: “mil años en tu presencia son como un ayer que pasó, una vela nocturna…somos como la hierba que nace y se renueva por la maña y por la tarde se seca y la siegan”. Y uno de esos cuatro ha sido hoy, donde de un modo concentrado, en el simple ejercicio de barrer una estancia de nuestra casa, el doblado, se nos hace evidente la identidad, nos descubre la debilidad de lo fuerte, lo sencillo de lo importante, lo único y verdadero de lo falso. Sí, hoy hemos hecho lo que hacían mi padre y mi madre, barrer y ordenar el doblado, seguir tocando el alma de esta familia.