De anécdotas y categoría
Recuerdo cuando un profesor nos decía que cuidado de no hacer de la anécdota una categoría. Cuando llegan las primeras comuniones me acuerdo mucho de este dicho, porque me da la sensación que en el modo celebrarlas hay mucha confusión de este tipo, las anécdotas: trajes, adornos, regalos, comidas, etc. se convierten en categorías. Y lo más trabajado durante tres años de catequesis, la iniciación cristiana, el sentir y descubrir la interioridad y la comunión con lo trascendente se puede quedar atrás. Esto hace que, a veces, la celebración de estos eventos para los sacerdotes nos deje un sabor agridulce. Por una parte el corazón de todos estos niños que tras su paso por la parroquia los siente ya como propios y te ilusionan sus pasos, pero por otra toda la parafernalia que la acompaña, incluso personas que nos están acostumbradas a celebrar cristianamente y que hacen muy difícil la celebración intima y real de la comunión, es decir, lo categórico. Pero bueno, el balance es entrañable, yo disfruto con los niños y niñas, me alegra poderles ayudar en este día a saber que están celebrando, aunque el trabajo bien bueno es de los catequistas en la parroquia, habría que hacerles un verdadero monumento, tres años, semana por semana, con ilusión y corazón para abrirles su interior a la trascendencia para que sean trascendentes sus vidas y sus personas, toda una tarea divina.
Un salmo de la “categoría”
Pero hoy escribo porque, a veces, hay señales que te abren el corazón y te interpelan como celebrante. Este año, una de las familias -podría contar más anécdotas que son categóricas- , la madre me comunica que ellos no van a ir a celebrar banquete de comunión, me lo dice delante de su hijo comulgante, que en familia han decidido que ese dinero lo van a compartir con una familia que saben que tiene necesidad y con los refugiados. Se juntará la familia, comerán, bailarán, disfrutarán…. pero de un modo sencillo. El niño viene con los ojos abiertos y brillantes y se va sonriendo según su madre lo va contando. El día de la comunión viene vestido con una sencillez apabullante que le hace brillar de un modo único, trae una sonrisa de luz transfiguradora, su hilo y su cruz de madera que la lleva desde hace un mes y no hay quien se la quite. Está atento y participativo en toda la celebración, junto a todo su grupo, respiro a Dios en todos ellos, en sus vidas y sus caras yo lo comulgo a El, y sonríe especialmente cuando llega el momento del salmo y sale su madre a proclamarlo, con una dicción y una profundidad que sale del alma agradecida, en nombre de todos los padres, y ese salmo me sabe a gloria en medio de tanto jaleo y parafernalia. Y me acuerdo de que todo lo que suele rodear a las primeras comuniones son anécdotas, para algunas veces brilla la categoría, y aquí el salmo estaba lleno de esa categoría. Me alegró la coincidencia de que fuera esta persona quien lo proclamara. El salmo decía así:
SALMO PRIMERA COMUNIÓN
¡Señor, Dios de los niños, qué admirable es tu Nombre en toda la tierra!
Hoy, nosotros los padres, acompañando a nuestros hijos reconocemos que su vida es un regalo que tú nos has dado, te agradecemos el habernos concedido ser padres de ellos. Hoy son ellos los que te alaban y en su alabanza vemos tu fuerza y tu amor contra todo mal.
¡Señor, Dios de los niños, qué admirable es tu Nombre en toda la tierra!
Junto a ellos, con su corazón de inocencia y de fe, contemplamos el cielo, obra de tus manos, la luna y las estrellas que has creado. Y te damos gracias por toda la naturaleza que nos rodea, la que has puesto en nuestras manos para que la cuidemos y la cultivemos.
¡Señor, Dios de los niños, qué admirable es tu Nombre en toda la tierra!
En su pequeñez de niños piensan en tu grandeza y nosotros también nos preguntamos:
¿Qué es el hombre para que pienses en él, el ser humano para que lo cuides? Sólo tu amor nos hace grandes en la pequeñez, sólo tú nos haces encontrar el sentido de la vida.
¡Señor, Dios de los niños, qué admirable es tu Nombre en toda la tierra!
Nos has hecho a nosotros y a nuestros hijos poco inferiores a los ángeles, nos has coronado de gloria y esplendor; nos has dado dominio sobre la obra de tus manos, todo lo has puesto a nuestro servicio: todos los rebaños y ganados, y hasta los animales salvajes; las aves del cielo, los peces del mar y cuanto surca los senderos de las aguas.
¡Señor, nuestro Dios, qué admirable es tu Nombre en toda la tierra!
Te bendecimos por esta comunidad, por todos los que nos acompañan en esta celebración, todo es gracias a ti, sin ti no somos nada. Te alabamos con la vida de los hijos, con la gracia de tu evangelio aprendido por ellos en las catequesis, con la Iglesia que los quiere y los cuida.
¡Señor, Dios de los niños, qué admirable es tu Nombre en toda la tierra!