El asilo y sus monjas
En estos días de Julio sustituyo al capellán del Asilo de Badajoz, la residencia de la Soledad. Allí celebro la Eucaristía por la mañana a la hora de tercia, cuando el sol ya ilumina todas sus vidrieras y la capilla se convierte en un centro de luz y de vida en medio de todas esas personas mayores, acompañadas por ese ejército de religiosas de los Desamparados, que los amparan como a sus propios padres, haciendo de la vejez el lugar de la familiaridad y del cuidado extremo, porque en ellos ven el rostro del Cristo que las ama y que les ha llamado para darles el ciento por uno y la vida eterna. Así rezaba el Evangelio que hemos proclamado esta mañana, día de san Benito, patrono de Europa: ” A los que dejen padre, madre, hermanos o hermanas… recibirán el ciento por uno … y la vida Eterna”. Y el evangelio se hace verdad cuando son ellas las que entonan cánticos, tras haber dejado el delantal a la entrada con prisas, para dirigirse a su Dios y alabarlo rodeadas de todos estos mayores que son cientos, ahí ven ellas a sus padres y madres. Y en ellas, ven ellos, a sus hijos queridos. El evangelio apuesta por la radicalidad de aquellos que quieran arriesgar al máximo y brinda una posibilidad de felicidad que nadie ni nada podrá arrancar de los que se adentran por esa puerta estrecha y se fían del Padre Dios en la persona de Jesús. Cuando les distribuyo la sagrada comunión a las hermanas, contemplo la fusión del Cristo pan troceado con sus vidas entregadas desde la punta del alba hasta entrada la noche a favor de los que ultiman sus vidas, haciendo que le saquen alegría y paz a lo roto y destrozado de sus cuerpos y de sus almas. Ellas han optado por el todo y para ello se han atrevido a quedarse sin nada. Como el apóstol Pablo cuando afirmaba que todo lo estimaba pérdida y basura en su vida comparado con el conocimiento de Cristo y de su amor.
El poema de Benjamín Serrano
Esta misma apuesta y descubrimiento del absoluto se da también por parte de los ancianos que habitan en la casa y ellos lo expresan a su manera. El otro día, al terminar la Eucaristía, se acercó a la sacristía, Benjamín, ya nonagenario, que le gusta escribir y expresar en poemas todo lo que va viviendo y descubriendo en su existencia. Siempre que voy comparte sus creaciones conmigo, me alegra ver de qué escribe un anciano en su corazón… cosas muy sencillas y vivas: el sagrario, el nieto, un gorrión, la cruz del vivir, la virgen de la Soledad…y lo fundamental: la vida. En este poema expresa, tras el camino recorrido en su vida, algo fundamental al manifestar dónde está el fundamento de vivir y su esperanza. Me recuerda al texto de Pablo antes citado y a la misma vida de las hermanas que lo cuidan y lo protegen en su ancianidad. Me dice que su vida está ultimada y que aquí está para la voluntad del Señor, que no teme su partida, que vive en paz y con gozo, por todo lo vivido y todo lo amado, por los signos de cercanía de su Dios y todos los que le han rodeado en su vida. Recuerda con gozo a su esposa que ya partió, disfruta de familia, y se encuentra con el gozo de su Dios que le habita y que musita también en su corazón: “Te seguiré dando el ciento por uno…y la vida eterna”. Por eso lo espera con confianza y sabedor de que está en la verdad, como proclama en su poema que transcribo y que hoy se ha alegrado mucho al ver que está publicado en cartas al director del HOY:
Son noventa años pisando basura,
esperando encontrar algo divino,
de acá para allá, buscando el camino,
que me ilumina la noche oscura.
Siempre quise tener mi alma segura,
y en este “quehacer” bebí de tu vino,
quien iba a pensar que trago tan fino,
fuera el espejo de tu hermosura.
Fue la locura de mi más grande Amor,
la cara y la cruz del todo o la nada,
El saberse pleno de felicidad.
En tu cariño rebosas el fervor
de un alma que te espera enamorada,
y sabedora de que está en la verdad.
Benjamín Serrano –desde el asilo de Badajoz-