“Voy sintiendo que mi dolor se va transformando en más amor”, así sintetizaba una madre el proceso de duelo que está viviendo desde que perdió al hijo de su alma. Ayer tuve la gloria de pasar un día de “ascensión” singular y auténtico, entre dos orillas, la de los dos pantanos que se sitúan en Cordobilla de Lácara, un paraíso natural de agua y dehesa, que te abre el alma entre alcornoques y jaras, en plenitud de colores y de vida. Allí compartí la jornada con miembros de la asociación “Por ellos” – de lugares distintos y distantes de Extremadura-, madres y padres que están unidos por un dolor, la pérdida de sus hijos queridos, que se ha transformado en amor entre ellos y para los demás.
Con vosotros viví el verdadero misterio de la ascensión, al ver cómo desde el dolor más profundo, el que más puede dar muerte por pérdida de los seres amados, os levantáis al amor más puro y gratuito, entre vosotros y para los demás. Mostráis la experiencia que está en lo más alto de lo humano y de lo divino, amar y dar la vida para que otros se consuelen y se alivien en vuestra experiencia, que se ha convertido en poder a precio de herida filial en vuestros corazones.
En vuestra convivencia vi, hecha carne, la sentencia bíblica cristiana “que no podemos estar alelados mirando al cielo” a ver qué pasa, sino que hemos de correr por la tierra para hacer oasis y trozo de cielo allí donde hay tristeza, soledad, llanto. Las heridas se sanan curando a otras heridas y vosotros sois la señal clara de esta verdad, sabéis mostrar vuestras heridas en las manos y en el corazón como signo de una esperanza que sobrepasa la muerte. Ayer ascendí con todos vosotros al gritar y brindar con vuestros corazones: “POR ELLOS”.