Los perros de Luis
Luis habla de sus perros
En los días previos al triduo pascual, pude gozar de una estancia breve junto a amigos profesionales en la finca de la “monea” en Manchita. Una vez más el personaje principal y sencillo de aquel lugar para niños y mayores es el pastor, Luis, hijo de Ángel y de Teresa, pastores de toda la vida. Estar junto a él se convierte en un lugar de aprendizaje y de filosofía de la vida. En este caso me quedé con un detalle que he guardado hasta hoy celebración del Buen Pastor; siempre uno esta fiesta a él como persona.
La relación del pastor y sus perros
El detalle trata de la relación con sus perros, porque los perros son de Luis. Él les ha procurado la vida, el alimento y, lo que es más importante, el cuidado y la educación, por eso son de él y con otro cualquiera no se irían ni les obedecerían. Hay una relación única y cuidada. A Jesús le gustaban las parábolas y fue acertado en la relación de su vida con el pastoreo y las ovejas, así es como es Luis con sus ovejas. Pero me tomo la libertad de avanzar en la parábola comparativa y sumar a ella a los perros de este buen pastor, y el concepto que él tiene de un buen perro pastor. Creo que nos puede servir de reflexión para los que tenemos encomendado el ministerio sacerdotal en la Iglesia. A veces, con buena intención entiendo, nos hemos identificado mucho con el pastor, claves teológicas bonitas pero peligrosas: “alter o ipse Christus”. Yo, si volviera a comenzar, me agarraría más a la de los pequeños perros, como aquella extranjera que los usó para hablar de que se comían las migajas que caían de la mesa.
El cachorro y las expectativas de Luis
Luis hablaba aquella mañana de un pequeño perro que tenía meses y sobre el que él tenía expectativas muy buenas, esperando que diera el mismo resultado o mejor que su progenitor, no así su madre que parecía perezosa, aunque había sido buena madre, que todo tiene su valor. El da de comer y cuida a los que le han salido buenos y a los otros, es lo primero que hace todos los días al llegar al campo. Y confiesa que son sus pies y sus manos. Le gustaría que este cachorro fuera vivo y listo, trabajador, que supiera ponerse en el sitio y obedecer a tiempo, que no molestara a las ovejas y nos las descuidara nunca. Que se preocupara de que no hicieran daño y de que no fueran atacadas ni se perdieran. Para eso, él valora que sepan mirarle y atender su voz, su silbido, sus pasos, hasta sus sueños y despistes, así como sus ausencias.
La verdadera misión del buen perro pastor
En ese mismo momento, en que hablaba, el perro recogió a las ovejas en segundos, sin ladrar siquiera, con su presencia y su mirada, algo impresionante para Jesús Salas, cirujano que también trabaja en equipo. El perro mayor miraba a Luis a ver si le decía algo, y este le tranquilizaba, le ordenaba en bajo que tuviera paciencia, que iba todo bien. La relación es tal, que Luis es conocido por sus perros y los perros se parecen a Luis, uno es buen pastor y los otros son buenos perros pastores. Los perros no son los dueños del rebaño, reciben la vida y el cuidado del mismo pastor que las ovejas, la reciben a su medida y para su realidad, están educados para su misión, se les habla de lo que tienen que hacer y no les falta nada de lo necesario para poder ser los mejores. Cada día tienen su tarea marcada y colaboran eficazmente sabiendo que los protege, anima y conduce un buen pastor.
A qué me compararía yo… sacerdote del buen pastor.
Decidme si es o no es motivo de parábola para que yo me revise como sacerdote, junto a Cristo, y contemple mi proceso, sus expectativas sobre mí, sus cuidados y su educación, su referencia, sus palabras, silbidos, gestos, órdenes, caricias…los compañeros que van junto a mí cada uno con su carácter y su historia, su biografía conocida perfectamente por el pastor, que sabe dar a cada uno lo suyo. Y lo fundamental de todo, aprender a tener la mirada fija en él, los ojos fijos en él como dice el apóstol, para mirar con sus ojos y con su corazón a todas las ovejas del rebaño, para cuidarlas como él las cuida, para acompañarlas como él quiere, para llevarlas al mejor pasto, para protegerlas, para indicar los mejores caminos, yendo delante, detrás, o anónimos en el medio de la vida y la historia.
Pido y deseo…
Por eso pido y deseo hoy ante el Buen Pastor, que él pueda hablar de mí como Luis habla de sus perros, que yo no defraude sus expectativas, que me deje hacer y educar. Bueno y tendré que corregirme en eso que dice Luis de su perro actual, que voy demasiado rápido e impulsivo en la vida, que cuide el nivel de intimidación de mi mirada sobre los que acompaño para que no los rompa y violente, asustándoles sin ningún motivo.
Líbrame…
Y lo que pido, desde el dolor de una Iglesia en crisis, es que no me haga perro lobo. Que no vaya al rebaño para mi interés, con mis normas y apetencias, destrozando y apropiándome de lo que no es mío, invadiendo espacios que no me corresponden y alimentándome de la vida de aquellos a los que tengo que cuidar y entregarle la mía. Que la institucionalización de lo que soy no me haga creer que soy yo el dueño, el pastor, y que no me porte como un asalariado al que no le importan las ovejas. Que no vista con piel de cordero un corazón de lobo.
El momento eclesial actual nos llama a nuestro lugar ministerial de origen, junto a El, y no estaría mal entrar en la parábola del buen pastor, buscando ser buenos perros de ese pastor que da la vida por amor a las ovejas, y que nos tiene a nosotros porque tiene ovejas y no al revés.
Bendito día del Buen Pastor.