Nos vimos en la capilla oculta de nuestra parroquia de Guadalupe. Te costó entrar porque te recordaba ese momento último en Julio en el que recibiste el féretro de tu amado para celebrar un adiós de dolor radical y de ultimidad, cuando sólo contáis con treinta y seis años y llevabais gozando seis años de casados. Oramos juntos en el altar por él. Después me regalaste un encuentro de profundidad vital, de serenidad en el dolor, de soledad esperada, de discernimiento vital. Ahora toca volver, al mismo lugar, a la casa, la tarea, con las hijas, de cinco y dos años, en Madrid anónimo y oculto, aunque hay muchos que te esperan y te quieren. Volver, pero sin él, con el que habías proyectado todo, puesto las bases, el que te amaba con locura y al que tú amabas y querías presente sin límites. Y tienes clavado en tu corazón la petición de tu hija: “Mamá ahora me tienes que enseñar a vivir sin papá”. Es cierto, ahora hay que vivir con su ausencia como sacramento de su presencia, con el sentimiento roto de dolor como señal de un amor más fuerte que la muerte. Ahora sigue la tarea y la vida, hay que suspirar y beber cada momento en lo que tiene de luz y de esperanza. Ojalá la paz de un duelo sano y luminoso, acompañado, recomponga la fe y la esperanza, para que sea posible la relación de amor en otra dimensión, para que os sigamos amando y protegiendo, cuidando y animando. Para seguir compartiendo con él todo, absolutamente todo, hasta que nos volvamos a encontrar en lo eterno. Él, ya glorioso, será escudo y fuerza para ti y para todos los que amaba, así lo comienzas a sentir ante tus miedos.
José Moreno Losada.