En la guerra, el rezar esperanzado…
¿Por qué rezan los cristianos ante la guerra? El apóstol Pedro urgía a los primeros cristianos, seguidores de Jesús, a «dar razón de la esperanza». El oficio de la Iglesia no ha de ser otro que vivir esperanzada y esperanzando. Para eso ha de envolverse en la experiencia del resucitado —en la transfiguración— que ilumina la existencia y la interpreta de un modo nuevo. Ni que decir tiene que nuestro mundo, la historia, este momento concreto vive desde el dolor, está marcado con las heridas de las manos clavadas, el corazón traspasado y el cielo cubierto de oscuridad.
Miramos la creación, el valor de la naturaleza y vemos al hombre clavado en un jardín olvidado y abandonado, por la celeridad de la vida y de un progreso tecnológico, que agobia y asfixia. Gritamos con la naturaleza y con el dolor de la humanidad agotada, parece que solo hay razones para la desesperanza.
Lo hacemos en este contexto de guerra en la que sostenemos con firmeza que las causas son inventadas, falseadas, pero las víctimas son verdadera y tremendamente reales. Se adentran en nuestras casas y también en nuestros corazones a través de los medios de comunicación. Lo sentimos por personas que están cerca de nosotros y que vibran con este dolor y esta masacre sin sentido. Es una realidad de muerte de cruz, de sufrimiento y martirio de inocentes. Y nos sentimos muy interpelados personalmente, socialmente, creyentemente. ¿Qué hemos de hacer en este momento, en esta cuaresma, en este desierto, en este dolor…? Hace eco dentro de nosotros la invitación urgente de Pedro para dar razón de nuestra esperanza.
Nos da miedo la incertidumbre de lo que está por llegar. Y en medio de ese ámbito oscuro envolvente, se nos invita a ser luz. A presentar señales de esperanza que están dándose en el mismo lugar, a la misma hora, y en el mismo cielo. Tenemos tarea, adentrarnos con pasión en el acontecimiento, ponernos de pie junto a la cruz, junto a la madre, junto a los hermanos, los amigos, los lejanos… y contemplar con corazón y con fe esa realidad, dejando que nos afecte. Ahí donde están sufriendo ahí está el señor, el crucificado que ha resucitado, ahí están sus señales de pasión y de muerte. Y lo que es más admirable, ahí mismo están señales de vida y de resurrección, personas que, sin miedo a la muerte, apuestan por la vida, por la ternura, la curación, la fraternidad, el compartir.
Aquí mismo se están abriendo, casas familias, dinero… la ola de la violencia provoca olas de compasión verdadera en la humanidad. La esperanza viene por la vía de la verdadera compasión, la que se vislumbra en el hombre nuevo, deslumbrante que hace del amor la norma de su vivir, el sentido de su existencia. Es el camino de la transfiguración.
En estos días los cristianos, también de un modo ecuménico, nos sentimos convocados a encontrarnos en torno a la Palabra, para que ilumine este momento en nuestros corazones. La vigilia de oración, junto al ayuno y la limosna, son herramientas de cuaresma para responder al mal con la fuerza del bien, no queremos cansarnos de hacer el bien. Ahora queremos hacerlo con más intensidad que nunca, pero para eso necesitamos la fuerza del Espíritu del amor divino. Por eso nos juntamos para orar juntos y contemplar, para abrirnos la misericordia y a la compasión divina.
Ha de ser nuestro oficio de creyentes saber ver los hilos de luz y verdad que están hilando una historia profunda de amor y de salvación en la propia realidad de la que formamos parte. Nos interrogamos cómo tejer desde las señales de humanidad y de amor, que necesitan ser colocadas en el candelero para que iluminen a todos los de casa, dando razón para una esperanza contra toda desesperanza, creemos que el calvario será el lugar de la luz.
José Moreno Losada. Sacerdote