La luz de amor
Todo pronosticaba que el día sería de fuerte y borrascosa lluvia, pero todo estaba preparado con un cuidado y una ternura que recordaba el hilo de esa celebración matrimonial: ” La medida del amor es un amor sin medida” (San Agustín).
La luz estaba asegurada porque es una cuestión de interioridad y de procesos personales y de pareja, la luz no se improvisa. Es necesario acogerla, conocerla, alimentarla, cuidarla, compartirla, manifestarla, darla, buscarla, encontrarla, sembrarla. Ayer había luz porque la tarea de inicio y consolidación para llegar al altar con el “Sí, quiero” tembloroso y cálido, lleno de sencillez y gracia, estaba bien cumplido en esa pareja de jóvenes enamorados e ilusionados- Venían a consagrar su amor ante el Padre de la vida y el Señor del amor sin medida. Daba cuenta de ello el libreto de la propia celebración, que se servía como regalo, para que nadie quedara fuera de esta celebración gozosa, donde la asamblea estaba formada a base de corazones tocados por lazos de sangre, de amistad y estima, de fe viva y compartida.
Se cumplió de un modo sensible el signo de que “nosotros no podemos ser sin vosotros”, sí con todos los que habían crecido, allí estaban: abuelos, padres, cuidadores, hermanos, tíos, primos, amigos, compañeros, hermanos de fe y de comunidad… no faltaron lugares y alusiones como Sierra Leona y los refugiados, también parte de ese nosotros completado en un vosotros de alteridad rota y desnuda.
Una Iglesia sacramental
La Iglesia había sido elegida por cariño profesional de la arquitectura artística de Adela y por la simbología que entendían que se identificaban con ellos y su ser: por una parte la profundidad, la coherencia, la quietud pacífica y sensata de Luis, por otra la dinamicidad, el movimiento, la inquietud, de la ola, del mar, de lo envolvente, en esas columnas manuelinas con las que baila Adela.
No se debían encender muchas luces artificiales, lo explicaba Adela, porque el edificio está pensado para la luz al mediodía, para cuando la profundidad y el dinamismo entran en el equilibrio de una luz que penetra por sus vidrieras, para llegar al centro del altar e iluminar el corazón de los que se aman y se presentan ante Dios para recibir su bendición. Se cumplia la armonia de lo divino y lo humano con la creación, Dios nos hizo a su imagen, el arquitecto creo con la gracia de ese Dios y pensó en el sol como reflejo de la luz divina en el templo, y Adela y Luis, venían con su amor a estrenarlo y hacer verdad esa fusión entre la luz de la vida, el amor, la gracia, con los rayos de ese sol regalo y penetrante que traían la bendición y la gracia a este amor regalado, tan divino por ser tan humano.
“Sí, quiero” grabado a fuego de sol
Y así ocurrió, donde la luz abundaba en el corazón de los que se amaban y se comprometían para la eternidad en la confianza en su Dios, donde la luz abundaba en las almas de todos los que le acompañaban y se unían al cariño para ser más fuertes y más grandes en la debilidad que se congratula con el fundamento de todo, allí mismo sentimos el guiño del creador que abría el cielo y mostraba esplendoroso los rayos de su sol para que revistieran nuestra luz de gracia y se abrazaran en un momento que hablaba de amor y eternidad. Dijo Dios hágase y se hizo. El amor explotó, el “sí quiero” se hizo gloroso y se grabó a fuego de sol de un modo que genera carácter, como un sello sobre el corazón y el brazo del amado y del amante.
El grito amoroso de las criaturas
Lo gritaba toda la creación, en un aleluya y en un “laudato si”, que era proclamdo por las plantas sencilas y salvajes de la dehesa extremeña, las cuales al sentir de san Francisco nos recordaban que el amor es libre, transparente y si alguien lo quisiera comprar con todas las riquezas del mundo se haría despreciable, porque sobre la riqueza y el esfuerzo está el regalo, la gratuidad y el don, y el amor pertenece a estos últimos, a los que se nos dan como un tesoro que hay que saber acoger y guardar, sabiendo que el dueño es el Señor de la vida y del amor.
La legría nos envolvió con el manto de la misericordia
La alegría de amor nos envolvió, Dios volvió a hacerse grande, en el amor de dos jóvenes y les cedió su presidencia para que alumbraran a todos los de casa, y todos salíamos exclamando, desde un sentimiento común, que aunque no se habían encendido las lámparas, había mucha luz y el sol brilló en su momento, como lo había pensado aquel arquitecto e ingeniero cuando creó esta joya de la Iglesia de la Magdalena, para entrar por las vidrieras y envolver a los novios, confirmando que Dios no falta nunca a su cita, porque su amor es compasivo y misericordioso.