El arzobispo querido y recordado
Cuando llegó y ahora… ultimando su vida
Hoy será consagrado el nuevo obispo de Plasencia. Serán bastantes miembros del episcopado español los que le acompañen en este paso de integración al colegio episcopal. Y dejándome llevar por este momento significativo para la Iglesia vecina placentina, recuerdo aquellos días en que Don Antonio Montero Moreno, obispo auxiliar de Sevilla, era nombrado obispo de Badajoz y vivíamos su llegada y la eucaristía de comienzo de su trabajo apostólico en nuestra iglesia diocesana. Nosotros éramos seminaristas inquietos y creativos, con ganas de embebernos de todo lo que allí aconteciera, el seminario era un bullicio de acogida a cardenales y obispos, y nosotros organizados para el protocolo no perdíamos detalle alguno, de esto hace casi cuarenta años. Lo recuerdo con cariño y lo uno a una celebración que hace pocos días se ha realizado en Mérida, con motivo del 25 aniversario del sínodo diocesano que se realizó siendo Don Antonio nuestro obispo. Allí estuvo presente, junto al nuevo arzobispo Don Celso, y realmente fue una celebración de vida y agradecimiento, que él contemplaba desde su silla de ruedas en la que ejerce la cátedra de la limitación y la debilidad, pero con el sabor glorioso de sentirse querido y valorado por el pueblo al que sirvió, y al que él sigue queriendo con corazón entrañable. No pudo faltar.
El signo de una calle y una vida
Lo pensaba el otro día cuando caminando por las calles de Badajoz, pasé por la que lleva su nombre, sentía cómo ese gesto de nominar una calle era un modo sencillo de reconocer un estilo de ser pastor que ha ganado la autoridad y la estima de los que ha servido por su prudencia y su acercamiento. En todo su pontificado no le he oído nunca hablar en negativo de la tierra extremeña, de la Iglesia que la habita, de los pueblos y sus gentes. Cuando ha analizado alguna debilidad, siempre lo hizo en primera persona del plural y preguntándose por la responsabilidad de la Iglesia en ese punto a mejorar. El hablaba de manifiestamente mejorable para motivar y no para enjuiciar: desde ahí reconocía nuestra tierra y sus riquezas, su cultura, su economía, su universidad, su comunidad política… y quería que la Iglesia fuera un punto de identidad y comunión con la tierra y la gente.
De sueños cumplidos e incumplidos … o por cumplirse
Desde ahí dos realidades soñadas y queridas una la de la provincia eclesiástica que vio luz en nuestra realidad de la provincia eclesiástica de Mérida-Badajoz, uniendo jurídicamente las tres diócesis de Badajoz, Coria-Cáceres y la de Plasencia, disfrutaba con esa relación de hermandad y de conexión con el pueblo extremeño, sin ser excluyente para nadie ni para nada, sino al revés. La cabeza como archidiócesis siempre la entendió como un compromiso de servicio y de humildad antes las diócesis hermanas, así daba gusto. El otro punto no conseguido fue el de la inserción de Guadalupe, como patrona de Extremadura, en dicha provincia y mostró su dolor en su despedida en la catedral, mostrando su rebeldía creyente de no haber sido escuchado en un sentimiento tan profundo en el pueblo y que él consideraba que debía tener eco eclesial, hizo lo que pudo, y yo creo que aunque está paralizado, por su vejez, no deja de moverse interior y exteriormente para animar y motivar el proceso, el cual Don Celso está viviendo intensa y decididamente, con paz y serenidad, pero sin letargo alguno.
Con enjundia… la Iglesia del Concilio
Y junto a estos deseos simbólicos eclesiales y evangelizadores, no hay duda que su dedicación fue fuerte y firme en el servicio al presbiterio, lanzándolo a una formación intensa y viva, teológica, espiritual, pastoral y social, con una renovación en estudios que enriquecieron el seminario, y la escuela de teología después instituto de ciencias religiosas de nuestra Sra. De Guadalupe, adscrito a la facultad de teología de Salamanca, y de servicio en para las tres diócesis, toda Extremadura. Ahí se formaron centenas de laicos y laicas de esta iglesia, con una preparación digna para cualquier responsabilidad eclesial, como así fue. Fiel al Concilio Vaticano II propició una Iglesia, Pueblo de Dios, bien formada y abierta a la corresponsabilidad de modo adulto. En ese sentido el Trabajo del Sínodo fue un verdadero reto para “preparar los caminos del Señor”, como se marcaba él en su propio pontificado. La Iglesia de Badajoz vivió intensamente un proceso de reflexión viva durante más de tres años – guardo como un tesoro las carpetas y temas que hasta mi propia madre, mujer sencilla de pueblo con poca formación letrada pero con sabiduría de lo humano y lo creyente pasó hoja a hoja, con su grupo en Granja de Torrehermosa- , proceso que afectó al clero, a los religiosos y sobre todo a miles de fieles que sintieron que la Iglesia no les era ajena sino propia, que ellos no eran del obispo, ni de los curas, ni de los religiosos, sino estos de ellos, y con ellos al servicio del mundo para la buena noticia y el deseo de la salvación. Marcó un antes y un después en nuestra iglesia, y de ese impulso seguimos caminando decenios después, con otros puntos que se han sumado para el crecimiento y el desarrollo. Pero no hay duda que este pastor fue impulsor de una Iglesia, Pueblo de Dios fiel al Concilio Vaticano II, y que ese recuerdo es imborrable en los cristianos de esta iglesia y en los ciudadanos de esta sociedad. Por eso fue un honor saber que estuvo rodeado de cariño, de alusiones, de bendiciones y alabanzas en esa celebración festiva de los 25 años del sínodo, que el recuerdo se hizo indirectamente homenaje, porque era la vida y la gracia la que nos hablaba de él y no alegra profundamente que estuviera allí, oyendo en su debilidad, la fortaleza con la que Dios había trabajado en su vida como pastora de esta Iglesia, a la que sigue perteneciendo en alma y cuerpo. Una Iglesia que no le olvida.
Ante su propia tumba… Queremos que descanse entre nosotros
Y, desde ahí, un gesto entrañable, pues en este paso por Mérida para esta celebración hizo peregrinación a la concatedral de Mérida, oró ante el santísimo, y allí pudo contemplar, con la humildad del que sabe de su partida, el lugar que está preparado con cariño para cuando dé el paso a la otra vida y acoja la lección del saber morir en la manos del Padre. Delante del sagrario, en el suelo bajo el altar, apoyándose una columna milenaria sobre su tumba, se unirá al Cristo Glorioso y quedará con sus restos como un signo de este momento de la historia, con esa singularidad de haber sido el primer arzobispo de la provincia eclesiástica de Mérida-Badajoz, haber querido a la Iglesia universal desde este pueblo y terruño, y de haberse sentido querido por el pueblo que lo ha reconocido como un verdadero pastor que no se ha guardado su vida ni se ha buscado a sí mismo, que en medio de su debilidad se unió al ser y sentir del pueblo cristiano, de la Iglesia que presidía. Don Antonio sabemos que su vida está unida a nuestra vida, a nuestra tierra, a nuestro pueblo y a nuestra Iglesia, y no lo vamos a olvidar nunca. Nos uniremos y gozaremos de la vida que nos siga regalando el Señor y oraremos juntos por la esperanza de una vida eterna.