Hace unas pocas semanas el equipo económico del Gobierno de la nación nos sorprendió con el anuncio de una serie de nuevas medidas económicas en aras de alcanzar la deseada recuperación económica. Sorprendió, sobre todo, porque las mismas vinieron precedidas por el anuncio del cambio en las previsiones del propio Gobierno.
Una vez más, el deseado crecimiento económico se retrasaba de un trimestre final de año a un semestre del año siguiente. Incluso, en esta ocasión, además del ya habitual retraso trimestral, el propio Ejecutivo admitía que el crecimiento del año 2014 será escaso, y hasta el año 2015 no conseguiríamos llegar al crecimiento del 1,5% previsto por ellos mismos para este 2013.
Son ya tantos los amaneceres falsos que llevamos, que la ciudadanía ni siquiera ha reaccionado a este repentino ataque de sinceridad gubernamental. El desprestigio de la clase política ha alcanzado tal nivel que cualquier anuncio de este tipo, ya sea en un sentido un otro, es pasado por un espeso tamiz de incredulidad. En cualquier caso, pudiera ser que tal acto de trasparencia no fuera tal, o lo fuera en una pequeña dosis.
Al día siguiente del citado Consejo de Ministros, se hicieron públicas las nuevas previsiones del FMI, en esta ocasión mirando más al largo plazo, en lugar del escenario de tres años descritos por nuestro gobierno.
El FMI coincide en la previsión de crecimiento para el año 2015. Eso sí, con un matiz: el crecimiento del 1,5% lo considera como crecimiento medio entre los años 2015 y 2018.
Con esta perspectiva, la peor consecuencia para nuestra economía, mejor dicho para nuestra sociedad, es la previsión de que la tasa de paro no alcanzará la cifra del 20% hasta el año 2020.
Esto es, nuestro país, de cumplirse esta negra previsión, habrá completado una década con una cifra de paro por encima del 20%. No sabemos si un país , sin capacidad de decisión sobre su propia moneda, podrá soportar semejante cifra durante toda una década. Por tanto, la aparente sinceridad gubernamental de enterrar económicamente una legislatura, se antoja escasa ante la previsión del organismo internacional.
Este lejísimo horizonte tiene además otras lecturas que comprometen su sostenibilidad. El Fondo Monetario Internacional en su informe sostiene que el crecimiento previsto se conseguirá con un déficit público anual de un 5%. Dicho de otra manera, el crecimiento conseguido no será estructural, sino basado en el crédito. Una vez más, basado en el crédito. Ante esto, pareciera que sólo nos queda esa frase hecha que afirma que “todas las economías terminan por recuperarse siempre”.
A estas alturas debería haber quedado claro la escasez en la sinceridad, pero aún hay más, todas estas previsiones pudieran ser susceptibles de empeorar.
Hay una gran verdad que no ha sido reconocida: ésta no es otra que la nueva realidad demográfica. Las poblaciones de los países desarrollados cada vez tienen menos población joven y, cada vez, es mayor el número de personas que incrementan las cifras de la jubilación. Esto hará que el déficit estructural de estos países, lejos de disminuir, aumentará; aumentando también el peso de su deuda sobre el PIB generado. La sostenibilidad de la deuda se aleja y, al contrario, no queda despejado la reestructuración de la misma.
Los recortes anunciados como temporales en partidas sanitarias y educativas se vislumbran como definitivos. La pretensión de este mensaje no es negativa, (aunque cualquiera lo diría). Todo lo comentado tiene que ver con medidas macroeconómicas que se escapan sin duda a nuestra fronteras.
Sin embargo hay soluciones por tomar en el día a día, en la pequeña y mediada empresa, en la movilización de los fondos regionales, existentes y paralizados; aprovechando el que nuestra región es objetivo uno.
Tal vez habrá que revisar, y mucho, la cualidad de las personas puestas al frente de los mismos y que, hasta ahora, no han demostrado nada. Tal vez no falten conocimientos, pero sí falta, sin duda, el poner encima de la mesa lo que hay que poner… una firma.
Eso sí, no pierdan el tiempo en chorradas de pactos sociales, de Estado o de cualquier otro nombre diseñado para el equívoco. Estos sólo sirven para proteger instituciones obsoletas, ineficientes, oscuras y taciturnas… partidos y sobre todo sindicatos.