“…Todo lo qué no da fruto, lo corta, y todo lo qué da fruto, lo limpia para qué de más frutos.” (Jn 15, 1-8).
La frase como ven no es precisamente de ayer, pero tal vez pudiera popularizar lo que se pretende lograr con la aplicación de las necesarias reformas. Por una parte corregir y cercenar lo nocivo y lo improductivo de la época de falsa abundancia. Y por otra, premiar todo aquello realmente necesario y que aporte valor añadido.
A todo aquello a lo que se le aplique una reforma, quedará “reformado”. Término este que curiosamente define en nuestro país vecino, vecinísimo a las personas jubiladas.
Bien esperemos que al menos la solución no este ahí, en acabar todos reformados-jubilados, entre otras cosas porque esto dispararía más nuestra deuda.
Los días de puente suelen servir para tomar un largo café con amigos a los que no puedes dedicar todo el tiempo que quisieras en el resto de los días. Este lunes fue uno de esos. Por desgracia, la conversación no discurrió por los habituales canales relajados que antes solían ser usuales. Mi interlocutor me vino a contar que la oficina en la que trabaja un amigo común, iba a ser cerrada en breve. Y el equipo al completo, despedido. Se trata de una gran empresa, y a pesar de reconocer la valía del equipo, incluso competitiva con otros departamento de la propia empresa; la cuestión se había reducido a cerrar un punto no estratégico, despreciando, si, despreciando, la cualidad de las personas.
Las reformas por tanto, no pueden quedar en manos de necios. Y no me estoy refiriendo a la clase política. Las reformas no pueden referirse unilateralmente a un coste, no pueden quedar en manos de quien no supo ver que la abundancia procedía del crédito y no de la economía real.
Tal vez nos hemos educado en la cultura del subsidio y subconscientemente esperamos que todo nos sea arreglado desde un ente todo poderoso, y que lo único que tenemos que hacer es pagar y esperar. Pero lo cierto, es que cada uno tenemos una responsabilidad no analizada.
Nunca se ganará competitividad si seguimos percibiendo la cualidad como un lujo para mejores tiempos.
En estos días el debate se ha centrado ( e irá a más) en la falsa disyuntiva entre ajustes y crecimiento. Los primeros, necesarios, pero a la misma velocidad entre lo público y lo privado, ( no digamos si además es en sentido inverso).
Desde que el BCE puso en marcha las medidas de apoyo a la liquidez, lo único cierto que ha logrado, es acelerar la velocidad de salida de capitales de España e Italia, de tal modo que eéstas superan ya los flujos recibidos en la época de bonanza. Así, estos países están teniendo además que financiar esas salidas netas, incrementando así el problema que se quería evitar con las medidas de liquidez.
España necesita devaluar sus precios al menos un 20% si quiere ser competitiva, si quiere lograr la deseada internacionalización de su economía.
El crecimiento deberá apoyarse en no estrangular el consumo, en relajar las estructuras financieras de familias y pymes. En concebir que el mercado ha cambiado; vivimos en una economía global y tal vez el término exportación ya no sirva por el sentido de frontera que implica.