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Soy peruano, y hasta los 22 años no vi en persona una Semana Santa con procesiones. Fue en Mérida, y pensé que en mi vida había visto algo similar. Todo me sorprendió: desde las vestimentas que utilizaban, las tradiciones de las cofradías, los capirotes, el canto de las saetas y sobretodo, cómo se volcaba una ciudad entera para celebrar y vivir una festividad religiosa.
Como adolescente peruano, desde los 15 hasta los 21 años la Semana Santa para mí era sinónimo de acampada libre con amigos en las playas del sur de Lima. Era también: verano, hogueras al lado del mar, era Vicente tocando la guitarra, el loco Quintanilla cantando, el negro Farfán, Arturo “El Chavo” y Eloy dibujando… mis amigos de la infancia reunidos con la única preocupación de que no se nos acabara el trago.
Desde que descubrí que la Semana Santa podía ser algo distinto, pasé cinco o seis años fotografiando todos los aspectos de esta festividad religiosa, sobre todo a los fieles, cuyo fervor y entrega es lo que siempre me llamó la atención.
En 2011 expuse algunas de las fotografías que fui haciendo en esos años como homenaje a todas las personas que hacen posible la Semana Santa en Mérida.