Sobre su cabeza sostenía una cráneo de cabra, la piel del animal le servía de capa; bastón en la mano izquierda y un silbato en la derecha con el que iba por el pueblo llamando a las estampas hurdanas.
Era un día de invierno, de esos en los que el sol deslumbra pero no calienta; para calentar estaba el aguardiente que generosamente invitaba otro hombre vestido con túnica blanca y corona en la cabeza.
Y de un momento a otro, entre cánticos, aguardiente y dulces artesanos, llegan más estampas hurdanas: máscaras de corcho pintado, pieles y cráneos de animales diversos, trajes regionales, tamborileros, hasta cíclopes y diablitos con musgo en el rostro. El baile y algarabía va en torno al “Morcillu”, muñeco de paja con cabeza de macho cabrío y falo prominente; cuenta la leyenda que fue enviado por el Rey Batueco, mitad bestia, mitad galán a las que las mujeres hurdanas le cogieron cariño por ser buen amante y que al ocaso, los hombres terminarán ajusticiando ante el llanto y la rabia de las féminas.
En mis 16 años viviendo en Extremadura no he visto carnaval más entrañable, básicamente por el cariño con el que los hurdanos tratan a los visitantes y por la media de edad de las personas que participan en la festividad, entre 40 y 70 años. El tema de la edad me llevó a pensar en que no había posibilidad de relevo generacional, poca gente nace en esta comarca. Tuve la sensación de estar viviendo un acto agónico, el Carnaval de la Despoblación. Hay que recoger los cánticos, las costumbres, en mi caso, las imágenes. Félix Barroso, Israel Espino y otros compañeros ya estamos trabajando de algún modo en el apoyo de las festividades y costumbres de la tierra.
Este sábado volveré a las Hurdes, volveré a beber aguardiente, volveré a bailar y a tomar imágenes que ayuden a guarden la memoria de este maravilloso carnaval.
Nos vemos en las Hurdes.