Hay veces en las que uno no puede defender la verdad, por muy verdad que ésta sea. Los poetas son geógrafos que otorgan alma a los territorios. Si desde las murallas de la ciudad un poeta certifica con un verso que lo que corona una colina de poniente es una encina, será encina por mucho corcho que recubra su tronco. El territorio que han entretejido las palabras se confunde con el real, constituyendo un espacio mítico y mágico donde todo es posible.
Me faltó tiempo la tarde después de la presentación de la flamante y esperada antología poética de Álvaro Valverde, Un Centro Fugitivo, para acercarme al Berrocalillo a comprobar si su Encina Solitaria era encina o alcornoque. A la salida del Club del Verdugo se había frivolizado sobre lo complicado que lo tenía el alcornoque para ser objeto de inspiración poética, no ya por la belleza de su porte, sino por la dificultad de su rima.
Aunque este motivo fuera para mí excusa suficiente para dar un paseo por la zona, hacía tiempo que sabía de la riqueza arqueológica del paraje y tenía ganas de intuir las murallas del castro vettón del Berrocalillo, pasear por encima de lo que hace una eternidad era un próspero asentamiento de la Edad del Hierro, sentir bajo mis pasos la ciudad secreta que me hace recordar el todo pasa y todo queda.
Pero además, no hace mucho que por casualidad supe de la pintoresca noticia de la que se hacían eco los periódicos españoles e irlandeses sobre el eclipse solar el 28 de mayo de 1900. Al parecer, la flor y nata de los astrónomos de la época, eligieron el cerro del Berrocalillo por su ideal ubicación para instalar en su cima un observatorio con varios de los más avanzados telescopios de la época. Estos telescopios son los mismos que hoy en día están en el observatorio del Retiro de Madrid.
Así recogía La Vanguardia la noticia al día siguiente del eclipse: «…A las seis de la mañana se trasladó la gente al cerro del Berrocalillo. El calor es muy fuerte. Grupos de curiosos rodean las instalaciones y miran sorprendidos el gran aparato de policía que procura apartarlos. Se espera a la Guardia Civil que formará un cordón al rededor del cerro. Los astrónomos se muestran intratables, pues ni miran ni atienden las observaciones de los numerosos curiosos ocupados como están estudiando el eclipse…»
Y es que hay lugares que se niegan a pasar desapercibidos, y este cerro, testigo de las glorias y miserias de los hombres desde el Principio, ha dejado crecer entre sus canchos a un fabuloso alcornoque, a uno sólo, como muestra de su rebelión al olvido.
Durante largo rato estuve sentado a su sombra sin hacer otra cosa que contemplar cómo la tarde se iba tiñendo de un azul intenso veteado de oro. Y entonces, en ese instante confuso que delimita la frontera crepuscular, sentí la necesidad imperiosa de abrazar al Solitario, bueno… a la Solitaria.