Fedra lo revoluciona todo. Ama libremente, pero ese amor le lleva a comprometer a su gobierno y a la integridad física de quien más ama. Sí, es un amor incontrolado, pero también egoísta puesto que no es capaz de controlar las consecuencias negativas de sus actos. Y aunque ama, y ama de una forma descarnada, también olvida que su amor es dañino y provocador. Ella, Fedra o Lolita, encarna un personaje muy bien escrito por Paco Becerra, para que el espectador dude si ese amor tan sincero, pero a la vez tan corrosivo, sea el vehículo adecuado para desarrollar nuestras pasiones más íntimas.
Y con estos mimbres, Luis Luque ha montado una función impecable. En la hora y media de espectáculo la intensidad no baja, el ritmo tampoco. A ello le ayuda un envolvente texto y unos recursos escenográficos y audiovisuales que adquieren su sentido con el discurrir de la narrativa. Todo encaja, todo cuaja y al final, la obra gusta y satisface al espectador. Es un montaje completo, con muchas aristas, donde destacan las interpretaciones de Juan Fernández, Tina Sáinz y Críspulo Cabezas. Es teatro, casi del de toda la vida, adaptado a nuestro tiempo, tanto en su lenguaje como en su puesta en escena. Es teatro que el espectador de Mérida, a pesar del excesivo calor, disfruta de principio a fin.
El envoltorio
Para hablar del sexto estreno, quinto absoluto, de esta edición, hay que empezar aplaudiendo el trabajo técnico que envuelve la obra. Comenzando por la música, los efectos de sonido, que componen un elemento perturbador durante todo el montaje. Compuesta por Mariano Marín, se convierte en un protagonista más del espectáculo. Desde que llegas a las caveas hasta que el elenco se despide del público. Funciona como hilo conductor de las emociones de sus protagonistas y absorbe al espectador a la decadencia de Fedra. Es inquietante y agitadora. Consigue el objetivo de dar ritmo a un montaje que nunca baja el pistón. Pero junto a la música se encuentra el ‘marco’ diseñado por Mónica Boromello. Siete capas desde la escena hasta casi el inicio de la valva regia. Siete capas de un marco perfecto para proyectar los recursos visuales que contextualizan el texto. Acapara la atención desde el inicio la recreación del corazón, de las vísceras y del sexo de la protagonista a través de este macro elemento escénico. Es protagonista y fundamental para el desarrollo de la historia. Y más allá de que reduzca el espacio escénico al centro de la boca teatral y se olvide de la imponente escena que tras él le guarda, funciona. Y si funciona consigue el objetivo dentro del discurso narrativo.
El reparto
Sobre el papel nos encontramos ante uno de los elencos más sólidos de esta edición. Y el papel traspasa al escenario, no defraudan. Las declamaciones de Juan Fernández y Tina Sáinz son contundentes, creíbles, poderosas. Atrapan las palabras y las escupen al público con una dureza que estremece. El teatro no les queda grande y convierten sus discursos en cuchilladas constantes al espectador. Acongojan y manejan el espacio como pocos. Hacen que sus papeles vibren desde la primera frase y les convierten en fundamentales para el público. No son sólo grandes voces, es presencia, credibilidad, desgarro… Un lujo ver a actores de la talla de Sáinz y Fernández en la arena del Teatro Romano.
Por otro lado, Críspulo Cabezas se consagra en Mérida. Con una interpretación ágil, una dicción impecable y una proyección de la voz que agradecen los rincones de las caveas de este macro teatro emeritense. Críspulo demuestra dotes de gran actor en cada parlamento y sus movimientos por la escena son naturales y creíbles. Convence desde su sola presencia en escena sin abrir la boca. Un actor que mantiene el nivel de intensidad dramática durante todo el espectáculo. Un gusto disfrutar de intérpretes de su talla. Su Hipólito será recordado por un excelente trabajo dramático que le lleva a estar a la altura de Juan Fernández o Tina Sáinz.
Por otro lado, tanto Eneko Sagardoy (‘Sarandonga’ como irónicamente le llamaba Lolita en los ensayos) y Lolita Flores están correctos en sus interpretaciones. No es que no estén a la altura de sus compañeros, pero el nivel interpretativo de Fernández, Cabezas y Sáinz les supera por algunos pasos. Aún así, Lolita en el papel de Fedra sorprende, aunque más cuanto más ‘Lolita’ es y menos tibia se muestra en su interpretación. Convence cuando desgarra, cuando su voz se desquebraja por el amor que sufre, cuando se mueve por la escena. Muchos vimos en Lolita a su madre, con todo el respeto del mundo, pero hay parlamentos tan raciales, tan viscerales, tan dañinos…que parecía que el alma de la gran Lola Flores los estaba escupiendo con una intensidad que acongojaba y convencía.
La voz de Lolita tan grave, sus movimientos de brazos, las imágenes desde la cámara superior que realizaba un picado que permitía ver a Lola Flores en lugar de Fedra. Una sensación de frío recorría al espectador cuando Lolita parecía estar poseída por Lola y esto convertía el papel en una auténtica delicia.
Luis Luque, el director, ha realizado un montaje atractivo para el espectador. Y más allá del nombre de sus protagonistas, el espectáculo tiene visos para atrapar a miles de personas e intentar convencerles del complicado proceso por el que pasa su protagonista, defendiendo un amor que la destruye, pero del que siente orgullo y valor para defenderlo hasta el final, no como en la versión de Eurípides que conocíamos. Es teatro del que gusta, con elementos escénicos fundamentales que le aportan ritmo y un toque diferenciador. ‘Fedra’ ha llegado para convencer a Mérida.