Que Emilio del Valle e Isidro Timón son dos de los dramaturgos más importantes de nuestro país es algo indudable. Disfrutar de sus textos se convierte en una delicia. Son, además, expertos, en escribir auténticas bellezas a personajes femeninos que convierten cualquier montaje en un espectáculo para los sentidos. Del Valle y Timón, al alimón, son una garantía para que el espectador conserve frases en su cabeza y en su corazón que se clavan como auténticos puñales. Actualizan los textos clásicos, como en esta ocasión, convirtiendo cada declamación en verdades en la que nos vemos reflejados cualquier ser humano.
‘Hipólito‘ bien podría haberse llamado ‘Artemisa y Afrodita’ porque la propuesta de sus autores se centra en una batalla divina y terrenal entre los deseos que marcan estas dos diosas, contrapuestas. Y además, el nivel interpretativo de ambas, Amelia David y Mamen Godoy, es extraordinario. Convencen, evolucionan en sus personajes, son creíbles y llevan la batuta de un espectáculo que sin ellas perdería casi todo su sentido. Redescubrir la historia de Fedra e Hipólito a través de los designios marcados por estas dos diosas hace el espectáculo diferente al resto de versiones que sobre este tema hemos disfrutado en la arena del Teatro Romano de Mérida.
Pero lo que empieza con una propuesta diferente, alternativa, incluso innovadora (si en el teatro clásico se puede innovar, puesto que los textos son más contemporáneos siempre que las versiones que de ellos se hacen) decae por momentos. Una gran periodista extremeña, experta en la materia, me comentaba hace días que la intensidad dramática no siempre es negativa, que a veces se justifica con el desarrollo del texto y del montaje. En esta ocasión, el espectáculo peca, a mi juicio, de excesiva carga dramática en las interpretaciones. Un hecho que no permite ver la evolución de los personajes hacia ese punto y que a veces, elimina parte de la verdad de sus propias historias. Tanta intensidad, de forma consecutiva en el montaje, provoca en el espectador una sensación de angustia que lo aleja de la trama, en lugar de engancharle.
Y esa intensidad interpretativa que podemos ver en los papeles de Alberto Amarilla, Camila Almeda o José A. Lucia, entre otros, rompe con el ritmo que marcan Artemisa y Afrodita, valedoras del discurrir del show y con un crecimiento interpretativo sobre la arena justificado y creíble. La Almena Producciones y Maltravieso Teatro han realizado un gran esfuerzo para que el montaje cuente con un nutrido grupo de jóvenes intérpretes extremeños, a los que se les augura una gran carrera. Pero la clave del montaje es, sin duda, el texto de sus dramaturgos.
La trama transcurre por toda la boca del Teatro Romano de Mérida al que se le desnuda y otorga protagonismo. Unas telas sobre la valva regia que se utilizan como recurso teatral para narrar las muertes de sus personajes aportan un plus diferenciador, no es innovador, pero sí dota de estética y ritmo al espectáculo. Los juegos aéreos ofrecen una belleza artística que atrapa y que incluso se echan de menos en más fragmentos del montaje como complemento necesario.
La obra tiene una duración adecuada, una hora y media, que transcurre como una montaña rusa para el espectador. Intentando ser el hilo conector aparece desde su inicio y con gran protagonismo el coro de mujeres de Trecén, que aunque pretende ofrecer una propuesta nueva, fresca, incluso descarada, a veces aparece desconexa del resto de la trama. Intensidad, risas, música,intensidad, canciones, intensidad, juegos aéreos…Un totum revolutum que engancha y desengancha por momentos.
Uno de los elementos que más debate generó ayer tras el estreno, que rozó el lleno y se llevó la ovación del público, es la figura de la nodriza, interpretada en esta ocasión por Cristina Gallego. Meterse en el papel de una anciana choca con la declamación juvenil e intensa de Cristina. No porque su interpretación sea floja, todo lo contrario, la defiende con uñas y dientes, incluso con un gran esfuerzo físico. Sino porque ese papel necesita de una credibilidad total, y la juventud de Gallego no lo consigue. El espectador se despista entre su juventud y su atuendo que no coincide con el objetivo final de un personaje que requiere un poso de edad mayor. Su parlamento final es exquisito y pone el broche de oro a un espectáculo que dejará para el recuerdo frases inolvidables.
‘Hipólito‘ crecerá con los días porque la compañía ha realizado un gran esfuerzo de aglutinar varias vertientes artísticas en un espectáculo con mucho carácter joven y desgarrador, al que le queda mucho éxito por delante.