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Más con menos

La sociedad opulenta está en extinción. Ya no está todo al alcance de nuestro bolsillo ni siquiera de nuestra tarjeta de crédito. La economía era la ciencia que administraba la abundancia; ahora va a administrar la escasez, como sostiene el economista Santiago Niño-Becerra en ‘Más allá del Crash’.
Los recursos menguan mientras somos cada vez más para repartir. Las empresas quieren seguir maximizando sus beneficios, pero ya no venden toda su mercancía. Y ya no podemos seguir endeudándonos hasta el infinito y más allá para seguir comprando o invirtiendo. Hemos ido a toda pastilla por la autovía global, sin temor a ser multados porque desde los años 80 las autoridades han ido eliminado los límites de velocidad y los radares y han bajado la guardia. ¿Consecuencia? Hemos perdido el control y crash. Toca optimizar los recursos, hacer más con menos; en plata: exprimir a tope al trabajador, y, por supuesto, pagándole menos y obligándole a currar más.
Don Dinero está aprovechando la crisis para dinamitar los cimientos del Estado del bienestar. El modelo socieconómico está mutando hacia otro en el que el crecimiento no será general, no se buscará el pleno empleo ni la redistribución de la renta y la clase media se irá empobreciendo, según Niño-Becerra. Por eso, dice, “puede esperarse que la vida de los jóvenes se parezca más a la de sus bisabuelos que a la de sus padres”.
Tras la Gran Depresión de los años 30, la clase media fue creciendo y se convirtió en el cemento de la democracia. Pero ahora está en claro declive, ahogada por las deudas, el paro y el deterioro de la protección social. De forma proporcional declina la democracia. El crecimiento de las desigualdades sociales está favoreciendo el resurgir del fascismo, que presenta dos caras: la populista, más tradicional y agresiva, y la tecnócrata, más sofisticada y amable. El que lo ha tenido todo y pasa a no tener nada tiende a buscar soluciones extremas y es presa fácil de carismáticos caudillos o ‘sabios’ cirujanos de hierro. Y tantos unos como otros apelan a los ciudadanos a ser menos individualistas y más solidarios, a sacrificarse por el grupo, a subordinar sus intereses al interés general. La trampa está en que este coincide con el de la grandes corporaciones. A estas les interesaba en los tiempos de vacas gordas fomentar el individualismo y el egoísmo en la plebe, el “lo quieres, lo tienes”, el “comprar, usar y tirar”; pero en momentos de vacas flacas toca racionar lo que hay y explotar lo que se tiene. De ahí, que les interese estimular una versión espuria del apoyo mutuo -si Kropotkin levantara la cabeza-, en vez de, como hasta ahora, la darwinista ley del más apto. Vamos, como les dije hace un par de semanas, hacia un mundo similar al de ‘Rollerball’, deporte cuyo propósito, amén de entretener, es, en palabras de Mr. Bartholomew, alto ejecutivo de una de las seis corporaciones que controlan el mundo en la película, mostrar la futilidad del esfuerzo individual. Por eso, dichas corporaciones pretenden prejubilar al Messi del Rollerball; no pueden consentir que un individuo destaque sobre la masa y sea un héroe popular.

(Publicado en el diario HOY el 27/11/2011)

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blog personal del periodista Antonio Chacón Felipe

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