En la película ‘El talento de Mr. Ripley’ (1999), que adapta la novela homónima de Patricia Highsmith, hay una escena en la que se pregunta al protagonista cuál es su talento. Tom Ripley responde que mentir, falsificar firmas e imitar voces. Similar talento tienen los poderosos y aspirantes a serlo. Manuel Fraga lo poseía; solo hay que ver su metamorfosis política: de ministro de la mordaza franquista pasó, muerto el Caudillo, a padre de la actual Constitución española. Y su cachorro Mariano Rajoy está demostrando ser un discípulo aventajado.
Fraga, Rajoy y todos los que ambicionan o ejercen el poder tienen piel de camaleón, corazón de águila imperial, lengua de serpiente y siete vidas como los gatos. Son supervivientes natos, como Flavio Josefo, y sus libros de cabecera son ‘El príncipe’ de Maquiavelo y ‘El arte de la guerra’ de Sun Tzu. Pisarán cuantas cabezas sean necesarias y cambiarán de discurso y chaqueta las veces precisas. No tienen la habilidad de Ripley para falsificar firmas, pero sí las estadísticas y la historia; ni saben imitar voces, pero sí plagiar y apropiarse de ideas ajenas. Su ideología se basa en el terrible principio que revela a sus fieles más íntimos el ‘Viejo de la montaña’, creador a finales del siglo XI de la secta de los asesinos, en la novela histórica ‘Alamut’, de Vladimir Bartol: “¡Nada es verdadero, todo está permitido!”. Rajoy ha venido a decir lo mismo en respuesta a la pregunta de si iba a subir el IVA: “En la vida nada es para siempre”.
El poder se sustenta en la inestable base de la mentira y, por tanto, tiene que decir continuamente falsedades, según argumenta el también recientemente fallecido intelectual Vaclav Havel, último presidente de Checoslovaquia, en su ensayo ‘El poder de los sin poder’ (1978). Como explica Havel, el poder no caerá, pues, mientras los ciudadanos estén dispuestos a vivir en la mentira, confundirse con la masa anónima, dormirse cómodamente en el lecho de la vida inauténtica y, así, ratificar y consolidar el sistema. Havel se refiere al sistema que llama ‘postotalitario’, el de los regímenes comunistas. Sin embargo, plantea que “¿acaso no se corresponde con la repugnancia general del hombre de la sociedad de consumo (la nuestra) a sacrificar cualquier seguridad material en nombre de su integridad espiritual y moral?”.
De hecho, nuestro sistema es un totalitarismo ‘light’: gozamos de derechos más formales que reales y nuestras vidas son objeto de un control y una estandarización sutiles. Y el que se rebela o se sale de lo normal no es enviado al gulag pero es marginado. Ello queda sintetizado en el monólogo inicial del film ‘Trainspotting’: “Elige la vida. Elige un empleo. Elige una carrera. Elige una familia. Elige un televisor grande que te cagas…”.
Nuestra sociedad no solo sufre una profunda crisis económica, sino también de identidad y moral. Dice Havel que el hombre que ha elegido la escala consumista de valores es un hombre desmoralizado; en esta desmoralización se basa el sistema. Por ello, el poder combatirá al que vive en la verdad, al que dice que el rey está desnudo; no puede consentir que despierte la conciencia de los que viven en la mentira.