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El viaje a Ítaca

En los años 60 y 70 del pasado siglo, la necesidad empujó a miles de extremeños a emigrar a tierras de promisión para buscarse las habichuelas. Fue el caso de mi tío Antonio, el hombre tranquilo, a quien el destino llevó a Barcelona y solo ha regresado definitivamente a su Badajoz, a su Ítaca, para ser enterrado en ella. Mi tío, aunque ha vivido más tiempo allende la dehesa que aquende, siempre se sintió ‘belloto’, como decía él, de pura encina y alardeaba de ello, sobre todo, con socarronería, ante esos miopes que no ven más allá de la ‘senyera’, esperan a los bárbaros del sur con los puños cerrados y anatematizan al charnego que no parle català.

Quien volvió al terruño mucho antes de que Mnemósine le abandonara y la parca cortara el hilo de su vida fue Paco –más que un vecino–, tras pasar unos años en Alemania ganándose el pan en una fábrica. A su regreso, la mejor salida laboral que halló en esta tierra donde cagó Dios, que cantara Extremoduro, y la Administración es el principal patrón fue opositar para lograr una plaza de por vida de celador.

El emigrante siempre se va pensando en volver. Por eso, emigrar es emprender, dando un rodeo, una viaje hacia Ítaca, hacia casa. Pero como recomienda el poeta griego Kavafis, «si vas a emprender un viaje hacia Ítaca, / pide que tu camino sea largo, / «rico en experiencias, en conocimiento». Mi odisea duró 15 años y, escapando del mundanal ruido, arribé a Ítaca cuando la crisis estaba en ciernes. En cambio, de nuevo la necesidad está forzando a una creciente legión de brazos caídos extremeños a emprender el viaje hacia Ítaca. Se dicen, con Kavafis: «Iré a otra tierra, hacia otro mar / y una ciudad mejor con certeza hallaré. / Pues cada esfuerzo mío está aquí condenado, / y muere mi corazón / lo mismo que mis pensamientos en esta desolada / languidez. / Donde vuelvo mis ojos sólo veo / las oscuras ruinas de mi vida / y los muchos años que aquí pasé o destruí».

Pero, en una entrevista con Juan Domingo Fernández publicada por HOY el 30 de junio, el catedrático ordoliberal Juergen B. Donges, quien fue uno de los ‘cinco sabios’ economistas que asesoran al Gobierno alemán, advierte que, «a diferencia de hace 40 años, ahora emigran personas con cualificación, incluso con educación académica, y eso es muy grave», posiblemente más, dice, que el problema de la deuda y el financiero. Y subraya: «Los cerebros, sea en la especialidad que sea, son los que realmente mantienen una economía y una sociedad en niveles altos». Sin embargo, con los tijeretazos en educación, cultura, sanidad e investigación y desarrollo, nuestros mediocres y arribistas gerifaltes están contribuyendo a la fuga de cerebros como la bioquímica pacense Sandra, de cuyo trabajo se están beneficiando los estadounidenses.

La falta de ayudas, incentivos y, peor, expectativas no deja otra alternativa a la ‘generación perdida’ que hacer las maletas, pese a que no son los mejores tiempos para ser inmigrante. Al calor de la crisis, el populismo de derechas, xenófobo y nacionalista, está en auge en Europa y ha hecho del extranjero el chivo expiatorio al que culpar de todos los males. Y su público habitual no es el pobre sino el que tiene miedo a serlo, la clase media venida a menos por mor de los recortes que teme solo poder pedir o huir, es decir, emprender el viaje hacia Ítaca como aquellos a los que acusa de quitarle el pan de cada día. Quizás no le viniera mal viajar, pues es sabido que ver mundo es la mejor vacuna contra la ceguera del nacionalismo.

(Publicado en el diario HOY el 8/7/2012)

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