El pasado martes murió Santiago Carrillo, memoria de casi un siglo de la historia de España, y el próximo martes cumple 80 otoños un desmemoriado Adolfo Suárez, víctima de la enfermedad del olvido. Memoria (para no repetir errores) y olvido (de las cuentas pendientes) son los cimientos sobre los que ambos construyeron la reconciliación de las dos Españas irreconciliables, que ellos representaban (el primero como secretario general del PCE y el segundo como último secretario general del Movimiento), y la transición de la dictadura franquista a la democracia. Ambos, por tanto, defendieron ideas y regímenes totalitarios (Carrillo fue estalinista y Suárez falangista), con los que acabaron rompiendo amarras para sellar un pacto que, como todo buen acuerdo, no satisfacía plenamente a ninguna de las partes, garantía de que perduraría, y 30 años largos de democracia lo avalan.
Esa ‘ruptura pactada’ les granjeó un sinnúmero de enemigos, entre propios y extraños. Así han pasado a la historia como traidores para unos, sobre todo entre sus correligionarios, oportunistas para otros y héroes para los más, aunque tardíamente, ya jubilados de la política activa. Pero no son héroes clásicos. Son héroes de la retirada, término acuñado por Hans Magnus Enzensberger en 1989. Según este autor alemán, premio Príncipe de Asturias en 2002, los héroes clásicos representan el triunfo y la conquista; los de la retirada, en cambio, la renuncia, la demolición, el desmontaje. Los primeros son idealistas de principios nítidos e inamovibles; los segundos, dudosos profesionales del apaño y la negociación. Los primeros alcanzan su plenitud imponiendo sus posiciones; los segundos abandonándolas. Los primeros arrojan bombas; los segundos las desactivan. Los primeros emulan a Alejandro Magno o Napoleón; los segundos se asemejan al conspirador irlandés Fergus Kilpatrick del cuento de Borges ‘Tema del traidor y del héroe’.
Enzensberger incluye entre esos héroes de la retirada a Suárez. En ‘Anatomía de un instante’, Javier Cercas añade a Carrillo y al vicepresidente de Suárez, el general Gutiérrez Mellado, otro demócrata converso que de golpista el 18 de julio de 1936 con Franco pasó a plantar cara a los golpistas el 23 de febrero de 1981. Como recuerda Cercas, Borges dice que «cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en el que el hombre sabe para siempre quién es». Ese momento llegó para Carrillo, Suárez y Gutiérrez Mellado aquel instante del 23-F en que desafiaron a la muerte y la tiranía con un gesto: fueron los únicos que no se refugiaron bajo sus escaños cuando Tejero, acaudillando un grupo de guardias civiles, irrumpió en el hemiciclo a tiros y al grito de «todo el mundo al suelo».
Ahora se echan de menos héroes de la retirada como ellos, capaces de renunciar a sus convicciones ortodoxas para desmontar un sistema, el capitalista, que se ha demostrado que es depredador e inhumano y que separa más que une, al ensanchar las desigualdades sociales. En vez de ello, tenemos a dinamiteros de don Dinero, como Merkel o Rajoy, afanados en derribar lo que mitiga los perniciosos efectos del capitalismo: el Estado de bienestar.
(Publicado en el diario HOY el 23/8/2012)