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Montando el belén

Si están leyendo esto, es que el viernes sobrevivieron al fin del mundo y ya está montado el belén patrio para recibir pasado mañana al niño, que esta vez, al parecer, no vendrá con un pan debajo del brazo sino con una lima, ni traerá la buena nueva sino el Apocalipsis.

Su padre, José, un carpintero en paro, y su madre, María, ama de casa y fregona de casas bien de cuando en vez, emigraron hace cuatro semanas de su Nazaret natal en busca de la tierra prometida. Han tenido que hacer un urgente alto en el camino cuando pasaban por Belén, pues María ha comenzado a tener fuertes contracciones. Jesús, su hijo, está al nacer.

Dado su justo presupuesto, la sagrada familia se ha refugiado en una covacha. No, está vez no tendrán el calor del buey y de la mula; han sido eliminados del nacimiento víctimas de los recortes. Tampoco luce en la entrada la tradicional estrella; ¡está la luz como para derrocharla! Desde que nuestra sagrada familia se instalara en tan humilde morada, no ha dejado de llegar gente a visitarla. El primero fue un agente del orden, un tal Jorge, que les advirtió que su ocupación era ilegal y que serían desahuciados en 24 horas. También les amenazó con mandarles los antidisturbios si se les ocurría montar el belén o manifestarse. «Don Jorge –aclaró José–, nosotros no somos zelotes del 15M ni nada por el estilo, sino…». «A callarse la boca o le denuncio por desacato a la autoridad», le cortó el policía y se marchó con paso marcial por donde vino.

Después llegó un doctor de la ley de pobladas cejas, don Alberto, un fariseo que, al ver encinta a María, le soltó severo: «La libertad de la maternidad es la que hace a las mujeres auténticamente mujeres». Y, tras advertirle que, si abortaba, sería quemada en las calderas de Pedro Botero, se fue por donde vino sin darles una triste limosna.

Pasó a continuación una señora con bata blanca, doña Ana. José, viendo que era médico, le rogó que atendiera a su esposa, pero esta señora muy aseñorada, al comprobar que eran inmigrantes sin papeles, les avisó que debían pagar la consulta. José le dijo que no tenía un chavo y la doctora Ana los dejó con un palmo de narices.

En esto que llegó un tipo como un toro bravo, de los que se crecen con el castigo, cantando: «Fuiste de glorias florido pensil / hoy reverdecen a un impulso juvenil». Era don José Ignacio, maestro de la vieja escuela, quien, palmeta en la mano derecha y cartilla en la izquierda, amenazó con la excomunión a José y María si no educaban a Jesús como Dios manda y le enseñaban a hablar en cristiano.

«¡Collons!», se oyó decir detrás del portal. Era el ‘caganer’ de Arturito, al que don José Ignacio amenazó con españolizar por hablar la lengua del diablo.

Por último, pasaron de largo, los tres magos de Oriente, Mariano, Angela y Barack. «No, son andaluces, por eso solo trabajan un día al año», saltó el impertinente de Arturito. Portaban oro para el pobre banco, incienso para ocultar el tufo proveniente de Arturito, Levante y Suiza y mirra para embalsamar a los muertos de hambre, que no paran de multiplicarse. Como Jesusito no obre el milagro del pan y los peces y nos saque de este belén, me temo que solo se haya aplazado un año el fin del mundo.

(Publicado en el diario HOY el 23/12/2012)

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