Resulta ahora que nuestros grandes hombres de Estado, de aquende y allende los Pirineos y de aquende y allende el charco, empiezan a reconocer que lo mismo se han pasado con la sangría de caballo que han aplicado a nuestra enferma economía y que urge una transfusión. Lo hacen tras dejarnos exangües y con un pie en la tumba. Pero antes tendrán que convencer a la talibana de la austeridad, Angela Merkel, a quien hasta los suyos comienzan a advertirle que la sangría ha fracasado.
Ese fracaso se debe a que los ‘sabios’ que mecen la cuna de la economía subestimaron el efecto negativo de los ajustes. El propio FMI lo ha reconocido. De sabios es rectificar, pero el fallido tratamiento que nos recetaron en 2010 esos magos de las finanzas y que han aplicado con rigor mortis nuestros grandes hombres nos ha costado caro a los medianos de la Tierra Media, tanto en dinero (vía rebajas salariales y subidas de impuestos) como en derechos sociales (vía una «muy agresiva» reforma laboral) e, incluso, políticos (vía una demonización de los derechos de manifestación, reunión y huelga y una restricción del acceso a la justicia encareciendo las tasas judiciales). Pero, entonces, hace ya más de dos años, nos vendieron que no había otra salida que los sacrificios, que era eso o la bancarrota. Y amparados en una supuesta ética de la responsabilidad, nuestros grandes hombres comenzaron a desmantelar el Estado de bienestar para, según argumentaban, garantizar su sostenibilidad. ¡Toma paradoja!
Es célebre la distinción que el sociólogo e historiador alemán Max Weber hace, en su conferencia ‘La política como profesión’, pronunciada en 1919, entre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad. Para Weber, por ejemplo, el cristiano que hace el bien y deja el éxito en manos de Dios actúa según la ética de la convicción, es decir, movido por la obligación moral de ser fiel a unos principios y valores sin asumir las consecuencias. En cambio, quien actúa según la ética de la responsabilidad se hace cargo de las consecuencias (previsibles) de sus actos y confronta los medios con los fines, las diversas opciones o posibilidades ante una determinada situación.
Sin embargo, la ética de la responsabilidad es casi siempre el disfraz bajo el que nuestros políticos esconden su pragmatismo y posibilismo. Con ella, justifican haber puesto la política al servicio de la economía. Con ella, Zapatero justificó los drásticos recortes anunciados en mayo de 2010, dando un giro copernicano a su política económica. Con ella, Rajoy justifica mentir e incumplir sus promesas electorales. Con ella, IU y PP justifican su tácita alianza de gobierno en Extremadura. «Es la opción menos mala», alegarán todos ellos. Pero, en realidad, esa traición a sus convicciones e ideales es el precio que pagan por el poder, un poder que se limita a administrar los intereses de don Dinero. Pero ante este atropello la mayoría aún optamos por seguir la táctica de los tres monos sabios: no ver, no oír, no decir. «Es la opción menos mala», nos justificamos, aunque vamos a peor.
(Publicado en el diario HOY el 13/1/2013)