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Una retirada a tiempo

Joseph Ratzinger nunca ha sido santo de mi devoción. Como gran inquisidor de Juan Pablo II y como papa ha contribuido a que la Iglesia desande el camino aperturista iniciado con el Concilio Vaticano II, en el que, paradójicamente, se dio a conocer como un teólogo progresista. Se ha afanado más en evitar que las ovejas fieles no se salgan del redil que en abrir la Iglesia a la ciudad y el mundo y salir en busca de las descarriadas. Pero aplaudo su excepcional decisión de renunciar al solio. Ha tenido la fortaleza de reconocer su debilidad para seguir timoneando la barca de San Pedro; la paloma del Espíritu Santo parece haberle abandonado espantada por ese nido de cuervos que es el Vaticano. Las lenguas de fuego dicen que es un pastor rodeado de lobos. Viejo, enfermo y cansado de las intestinas luchas de poder entre cuervos y lobos, Benedicto XVI ha decidido tirar el cayado y retirarse del mundanal ruido, tras ocho años de pontificado en los que parece haberse quedado solo en su lucha por limpiar el Templo de pederastas, mercaderes y banqueros corruptos. Quizás pensó que más vale una retirada a tiempo que una batalla perdida.

Benedicto XVI ha sabido vencer la tentación demoníaca del poder, corruptor por naturaleza, como refleja mejor que nadie Tolkien en ‘El señor de los anillos’. Quizás haya influido que sea alemán, más que católico, pues en su país un presidente dimite por aceptar favores y regalos de empresarios -toma nota, Ana Mato- e, incluso, una ministra cesa por plagiar una tesis doctoral. En cambio, eso parece impensable en las muy católicas Italia y España, donde nuestro presidente va de sobrado y hasta su biónica majestad se atornilla al trono, pese a que ya no puede con sus reales responsabilidades y cada vez huele peor el asuntillo ese del yerno ideal que le salió rana.

Pero en este católico país de borregos nos han educado para obedecer al pastor y creer en su infalibilidad. Todo lo contrario que en Israel, cuya iniciativa y creatividad nacen en parte -explicó el jueves su embajador en España, Alón Bar, en un acto organizado por HOY- de la propia religión judía, en la cual no existe una autoridad central que diga ‘esto se hace así’, sino que cada comunidad es libre de interpretar a su manera los textos sagrados. Llevan implícito, por tanto, según Bar, un desafío permanente al jefe.

Sin embargo, Ratzinger, con su retirada, ha reconocido que es falible y ha dado una lección a todos los jefes que se resisten a bajarse del pedestal sin ver, cegados por su soberbia -el peor de los siete pecados capitales, según el papa Gregorio Magno-, como el poder va apoderándose de ellos, carcomiéndoles cuerpo y alma, como a Gollum. Nadie está libre de sus efectos perversos, ni el sabio mago Saruman el Blanco. Por eso, para mitigarlos hay que repartir el poder lo máximo posible, limitar su ejercicio y vigilar al que lo detenta, señalar la desnudez del rey, ser “un espía de su insaciabilidad”, como le dijo Diógenes el Cínico a Filipo II de Macedonia, para que no caiga en la desmesura, y rebelarnos cuando sea injusto. El mismo Benedicto XVI citaba en su primera encíclica, ‘Deus caritas est’, una frase de San Agustín más profética que nunca: “Sin justicia, ¿qué son los reinos sino una gran banda de ladrones?”.

(Publicado en el diario HOY 17/2/2013)

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