Por más vueltas que le doy, la tragedia ferroviaria de Galicia me parece una metáfora de la maldita crisis que ha hecho estrellarse a este país. España marchó durante una ‘década prodigiosa’ a toda máquina por la vía de traviesas amarillas, vivió a todo tren y el exceso de confianza y velocidad la hizo descarrilar al llegar a la primera curva peligrosa. Rápidamente la opinión pública puso en la picota y apuntó como culpable al entonces maquinista, un negligente Zapatero, que se convirtió en el chivo expiatorio de un siniestro del que no cabe duda de que es responsable pero no el único responsable. Porque también fallaron los sistemas de seguridad y control, léase el Banco de España, la Comisión Nacional del Mercado de Valores, el Banco Central Europeo, el FMI, entre otros reguladores, supervisores y organismos nacionales e internacionales. ¿Y por qué fallaron esos sistemas? Por falta de mantenimiento cuando no por su desmantelamiento. ¿Porque quién vigilaba al vigilante? También tuvo incidencia en la tragedia una «desafortunada» llamada al orden que nuestro entonces maquinista recibió del interventor o revisor, la Comisión Europea, poco antes del ‘crash’, desviando su atención de la vía correcta.
Zapatero fue condenado en las urnas por los millones de víctimas causadas por su imprudencia que viajaban confiadas en el convoy y se las prometían felices ante la proximidad de su destino. Entre las víctimas hay muchas mortales arrojadas a la fosa común del desempleo y la pobreza, otras muchas con pronóstico reservado, un número creciente en estado crítico y no pocas con secuelas irreversibles. La mayoría iba en clase turista (parados, desahuciados, trabajadores precarios, pequeños y medianos empresarios…), pero hay algunas pocas de ‘business class’ (banqueros) que fueron las primeras en ser rescatadas y más que dadivosamente indemnizadas y que luego han mostrado poca o ninguna generosidad o piedad con los pasajeros de los vagones traseros a los que prestaron dinero para comprar sus billetes.
Sin embargo, la multinacional para la que trabajaba el maquinista y que financia la red ferroviaria, ese ente invisible al que los más llaman mercados, ha quedado absuelta de toda culpa; es más, es la que está dictando cómo reparar y encarrilar el Alvia patrio para que vuelva a circular y ser rentable para sus intereses. Al frente de las labores de reparación y encarrilamiento fue colocado un pamplinas con la cara de palo del maquinista de La General, un capataz incapaz que, cogido en un renuncio, solo es capaz, mientras levanta sus manos de registrador manchadas de negro en plan ‘a mí que me registren’, de decir sin mudar el rictus: «Me equivoqué al mantener la confianza en alguien que ahora sabemos que no la merecía» y «cometí el error de creer a un falso inocente, pero no el delito de encubrir a un presunto culpable». Fin de la cita.
Entretanto se agolpa en los andenes cada vez más gente, sobre todo joven, a la espera de un tren que le saque de este infierno y le lleve a nuevas tierras de promisión, visto que el Alvia patrio tardará en arrancar de nuevo. Si arranca, pues me temo que acabaremos transbordados a un mercancías con destino incierto. Bueno, todos no, salvo los banqueros; esos ya se han montado en el AVE.
(Publicado en el diario HOY el 4/8/2013)