El final de las vacaciones llegó y tú te deprimirás…, si eres un españolito de bien, pues los de mal llevan de vacaciones forzadas y no remuneradas meses, si no años. Los primeros han caído en depresión por tener que volver al tajo; los segundos están deprimidos por no tener adónde volver. La crisis ahonda y alarga la depresión de unos y otros porque no ven el porvenir. El que tiene trabajo vive con el temor a la enésima rebaja salarial o al despedido. Al que no lo tiene se le agota la esperanza en ser contratado. Síntomas de esta endémica depresión nacional son: los casos de esta enfermedad han aumentado un 20% desde el inicio de la crisis y el Teléfono de la Esperanza recibió en 2012 un 30% más de llamadas que en 2011.
La generación de mis padres pasó casi toda su vida laboral en el mismo trabajo, a lo más se mudó una vez de barrio y planificó cuándo casarse, tener hijos y hasta jubilarse. Su historia vital era sólida, lineal y predecible, como una película bien montada. En cambio, el lema del nuevo capitalismo imperante es ‘nada a largo plazo’, como dice el sociólogo Richard Sennett en ‘La corrosión del carácter’. Ese lema, explica, “desorienta la acción planificada, disuelve los vínculos de confianza y compromiso y separa la voluntad del comportamiento”; porque “significa moverse continuamente, no comprometerse, no sacrificarse”, ir a la deriva de empleo en empleo, de lugar en lugar, lo que corroe el carácter. Las vidas de las nuevas generaciones están hechas de fragmentos y son como una montaña rusa. En el neocapitalismo todo y todos son comercializables, fexibles, contingentes, temporales, líquidos, que diría el sociólogo Zygmunt Bauman. Nada es para siempre, y el trabajo menos. Eso se traduce en vínculos laborales, vecinales e, incluso, familiares débiles, superficiales y de corta duración. Ello quizás explique el auge de las redes sociales en Internet, porque permiten mantener relaciones virtuales y laxas, sin compromisos.
Este nuevo capitalismo, gestado en los 80, ha supuesto la muerte de Dios anunciada por el Zarathustra nietzscheano; porque en un mundo cortoplacista y contingente como este ya no tiene cabida una religión como el cristianismo basada en dogmas, verdades trascendentes y una promesa de salvación y vida eterna tras la muerte y resurrección de la carne. Todo eso cae muy lejos. Quizás por eso proliferen, en su lugar, las sectas milenaristas y apocalípticas que predican que el fin del mundo está a la vuelta de la esquina. La gente necesita tener fe en algo, sea en Dios, Marx, Billy Wilder o Messi; aunque los que triunfan son los que tienen fe en sí mismos.
Ese es el primer antidepresivo que les receto para mantenerse a flote en estas arenas movedizas. El segundo es ‘carpe diem’, vivir el momento; no dejar para mañana lo que puedas hacer hoy, pues el mañana no existe; e ir pasito a pasito, porque ‘piano, piano se arriva lontano’. El tercero es que, si nada es para siempre, tampoco lo es el sufrimiento; no hay mal que cien años dure. Y el último de mi ‘tetrafarmakon’ se lo debo a mi amigo Alejandro Medina, quien, tras visitar el escenario de la batalla del Little Bighorn en la que el temerario coronel Custer y su Séptimo de Caballería murieron con las botas puestas ante los indios, la lección que sacó es: “no importa que ganes o pierdas, sino que luches con dignidad”.
(Publicado en el diaro HOY el 15 de septiembre de 2013)