El sábado se celebró el Día de la Mujer. Una mala señal. ¿Acaso hay un Día del Hombre? No, porque no necesita reivindicarse. Si es necesario dedicar un día a la mujer significa que la igualdad de oportunidades entre ambos sexos aún no es una realidad ni siquiera en el primer mundo. En éste, la mujer no es tratada como una esclava o una mercancía, como en la India y muchos países del tercer mundo, pero sí parte siempre con desventaja frente al hombre; llegar donde llega él siempre le cuesta más.
España no es una excepción. Las mujeres «no disfrutan de las mismas oportunidades profesionales y siguen estando subrepresentadas en importantes ámbitos y sectores». Pese a que son más de la mitad de las personas con estudios universitarios, ocupan un 30% de los puestos de dirección de las empresas y sólo representan el 16,6% de los consejos de administración de las compañías cotizadas. Lo dice la directora general del Instituto de la Mujer, Carmen Plaza. Asimismo, según Plaza, cobran de media un 16,3% menos que los hombres. Y su jornada laboral es más larga, pues dedican dos horas diarias más al cuidado del hogar y la familia que los varones. Para más inri, son carne de precariedad laboral: el porcentaje de contratadas a tiempo parcial o de forma temporal es muy superior al de contratados. Y la reforma laboral del PP ha agravado esa situación. Con todo, la tasa de paro femenina (26,9%) es aún superior a la masculina (25,3%), según la última EPA.
La crisis y las políticas de austeridad (principal anticonceptivo de país, pues no pone fácil ser madre, lo que se contradice con la ultramontana reforma de la ley del aborto) explican que la pobreza tenga rostro de madre soltera y que se haya recrudecido la llamada violencia económica. Es decir, las mujeres afectadas por la reforma laboral, los recortes en las ayudas a la natalidad, a la dependencia o a la conciliación de la vida familiar y laboral, así como por los despidos, sobre todo en la administración pública (donde han sido las principales víctimas), han vuelto a depender de sus maridos. Esa dependencia económica ha forzado a muchas víctimas de violencia machista a no denunciar a sus maltratadores. De hecho, las denuncias han disminuido casi un 10% en los últimos cinco años, según el Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género del Consejo General del Poder Judicial, que, no obstante, alerta de una «bolsa oculta de maltrato».
El hombre que discrimina, maltrata o mata a la mujer desprecia la vida, porque una mujer le dio la vida. De hecho, Eva, la primera mujer para el Génesis, significa en hebreo «dadora de vida». Pero a la mujer debemos además el conocimiento, según también el Génesis. Eva incitó a Adán a comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, pecado original por el que Dios los expulsó del edén. El primer libro de la Biblia, escrito seguramente por hombres, nos presenta así a la mujer como la culpable de todos nuestros males. En realidad, nos hizo un gran favor: gracias a la mujer, el hombre logró la libertad y el conocimiento, aunque ello le supuso ser arrojado fuera de ese Matrix primigenio que era el paraíso, donde era un esclavo feliz en su ignorancia. Eva, por tanto, fue la primera rebelde y puso en marcha una revolución que, de forma paulatina y silente, aunque con un alto coste en víctimas femeninas, es la que más ha contribuido a mejorar este mundo de machitos.
(Publicado en el diario HOY el 9/3/2014)