Hay una cosa en la que coincido con la gran Esperanza blanca de la derecha patria: «España tiene peores problemas que la multa a una sexagenaria». Muy cierto. Aunque nos quieran hacer creer que el país ya va como una moto, nuestra moto aún yace tirada en el suelo tras ser arrollada por el Toyota Auris de la crisis, al volante del cual iba la soberbia hija de Mammón, una simpapeles con parné que se dio a la fuga y se acabará yendo de rositas. Sí, sí, hemos tocado suelo, pero me temo que estaremos largo tiempo arrastrándonos por él. Vía rebaja de salarios –España es el tercer miembro de la OCDE, el club de los países ricos, donde más bajaron (un 1%) en 2013– quieren aumentar nuestra competitividad para impulsar nuestras exportaciones y convertirnos en la China de Europa. Pero vamos camino de ser el Japón del viejo continente, un enfermo económico crónico. El mal endémico que aqueja al país de sol naciente es la deflación. ¿Y qué es eso? Una caída generalizada y prolongada de los precios. Y el FMI ha advertido de que España es el país de la zona euro con mayor riesgo de caer en ella. El último dato de IPC lo corrobora: en marzo volvió a tasas negativas (-0,1%). Y sin el aumento de los impuestos los precios habrían bajado aún más. ¿Pero una bajada de precios suena bien? Pues no, es malísima de la muerte. ¿Por qué? Porque lastra la producción y, por tanto, la creación de empleo y dificulta la reducción de la deuda en un país tan endeudado como el nuestro. Por culpa de la deflación, su casa puede acabar valiendo menos, si no lo vale ya, de lo que paga de hipoteca por ella. ¿Y cómo se puede combatir? Dándole a la máquina de imprimir dinero. En la eurozona esa potestad la tiene el Banco Central Europeo (BCE), pero éste, de facto, es una sucursal del Bundesbank (banco central alemán) y tiene por misión casi divina y única controlar la inflación, la gran obsesión germana, que tiene su origen en la hiperinflación que asoló la República de Weimar en los años 20 y que se considera que dio alas al nazismo. No obstante, Supermario, fontanero jefe del BCE, dice que hay consenso para tomar medidas contra el riesgo de deflación. Veremos, el BCE suele actuar tarde y mal. También ayudaría que Alemania redujera su superávit por cuenta corriente, o sea, que exporte menos e importe e invierta más.
Mas no habrá verdadera recuperación hasta que se reduzca el paro significativamente. Y hasta los propios empresarios son escépticos. El empleo que se creó en marzo fue, en su mayor parte, temporal, a tiempo parcial y autónomo. Pero la mayoría de los autónomos que se están dando de alta en la Seguridad Social en los últimos meses son falsos, son asalariados precarios camuflados de emprendedores. No son gente que se lo monta por su cuenta, siguen siendo trabajadores a sueldo de un único patrón, con la ventaja para éste de que no tiene que cotizar por ellos y tampoco pagarles indemnización cuando los despida.
Otro tipo de contratación precaria en aumento (un 25,5% en marzo) es la a tiempo parcial, los famosos ‘minijobs’. Y son como las lentejas, o las comes o las dejas. Según Eurostat, el 57% de los contratados por horas en España querría tener una jornada completa. Esa tasa de subempleados duplica la media europea y es la segunda más alta de la UE.
En definitiva, los rebrotes verdes que atisban esos que cuando opositaban al poder se tronchaban de los que vislumbraban Zapatero y su tesorera, Elena Salgado, tienen pinta de ser de una planta alucinógena o de la risa. No se hagan ilusiones con el tercer año mariano.
(Publicado en el diario HOY el 13/4/2014)