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El nuevo muro de Berlín

La Unión Europea se jugaba el pasado domingo su porvenir en las urnas quizás más desunida y menos europea que nunca. Un nuevo muro de Berlín y un telón de plata divide Europa entre el norte y el sur, entre países acreedores y deudores, entre ricos y pobres. La casa común europea es una ruina. Eso pasa por empezar la casa por el tejado y dar más libertad a las mercancías que a las personas. Sí, porque la mayoría de los europeos compartimos poco más que el euro, una fastuosa cúpula que parece diseñada por Calatrava, pues amenaza con el derrumbe al ser levantada sobre pilares de papel moneda en vez de hormigón político armado con cohesión social. El lobo de Wall Street ha soplado con tal fuerza que ha resquebrajado tan endebles pilares. Sin embargo, nuestros capataces europeos han optado por parchearlos con celo bancario, mientras socavan los cimientos democráticos, maltratan a la mano de obra, a la que escatima el pan, el agua y la sal, y ahorran en materiales de calidad (sanidad, educación, seguridad social…), y ya se sabe que lo barato acaba saliendo caro.

Bajo el látigo de la jefa de los capataces, la canciller de hierro teutona, Europa se parece cada vez más a una versión actualizada y extendida de la Confederación Germánica, unión de estados alemanes surgida en 1815, tras la derrota de Napoleón; o peor, en su sustituta, la Confederación Alemana del Norte, que se estableció en 1867 y fue la primera piedra del Imperio alemán, fundado en 1871. La Confederación Alemana del Norte consolidó el poder de Prusia en el norte de Alemania y puso los cimientos del control prusiano sobre el sur, gracias a la ‘Zollverein’ (Unión Aduanera) y a tratados de paz secretos firmados con los estados meridionales. ¿Les suena?

No obstante, la luciferina Angela Merkel es la directora de esta superproducción neoexpresionista, pero no su productora, la que la financia. Europa ha vuelto a ser raptada, pero esta vez no por Zeus metamorfoseado en toro blanco sino por Mammón transformado en el broncíneo toro de la neoyorquina calle del Muro. Empujada por sus embestidas, Europa va camino de convertirse en una sociedad como la retratada en la película alemana ‘Metrópolis’ (1927), que se divide en dos clases: una élite de ricos propietarios y pensadores que tienen el poder y los medios de producción, que viven en la superficie, en rascacielos, rodeados de lujos; y una casta de obreros que trabajan sin cesar para mantener el modo de vida de los de arriba y condenados a sobrevivir en condiciones miserables en un gueto subterráneo, donde se encuentra el corazón industrial de la ciudad. Los primeros representan la razón y los segundos la fuerza. La moraleja del filme es que el mediador entre el cerebro y las manos ha de ser el corazón.

Y Europa cada vez tiene menos corazón y su cerebro, aislado en su torre de marfil bruselense y protegido por el nuevo muro erigido por Berlín, persiste en hacer realidad su monstruoso sueño con las manos atadas. Para recuperar el pulso, Europa necesita desatar y cuidar más sus manos y bombear sangre nueva y roja a su corazón. Si no, como en la cinta de Fritz Lang, instigadas por falsos profetas y mensajeros del miedo, las manos acabarán rompiendo amarras, se rebelarán contra el cerebro y, en un acto desesperado y suicida, tratarán de destruir el corazón.

(Publicado en el diario HOY el 25/5/2014)

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blog personal del periodista Antonio Chacón Felipe

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