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El marketing del miedo

El pasado domingo, 10 de agosto, don Agapito Gómez Villa tachaba de «terrorismo informativo» la excesiva cobertura mediática dada a la epidemia del ébola que ya ha matado a más de mil personas en África occidental, teniendo en cuenta que la malaria o el sida aún se cobran muchas almas en ese rincón perdido del mundo y ya apenas tienen sus 15 minutos de gloria en los telediarios. Y don Agapito sabe de qué habla, pues es médico. Hubo un tiempo, rememoraba, «en que no había otra cosa que sida y más sida». Pero el sida no alarmó a los países ricos hasta que, a principios de los 80, empezó a matar a blanquitos famosos como Rock Hudson. Y dejó de ser noticia cuando dejó de matarlos.

Lo mismo con el ébola. Tuvo que infectar a dos rostros pálidos americanos para que saltaran las alarmas en el primer mundo. Así lo denunció a HOY Peligros Folgado, presidenta de la Fundación Atabal, con proyectos de cooperación en Sierra Leona. Peligros aireó que durante meses las autoridades sierraleonesas ocultaron muertes a causa del ébola por intereses económicos, dado que «allí se están abriendo minas y eso haría que la gente se fuera por miedo». Y por intereses económicos, me temo, ahora el ébola está en boca de todos. Antes de este virus, como recordaba don Agapito, «el último grito de terrorismo informativo-sanitario» o de lo que Miguel Jara, periodista especializado en sanidad, llama «marketing del miedo» fue la falsa pandemia de gripe A (en 2009). Se está siguiendo una estrategia muy similar: grandes farmacéuticas mueven a sus mamporreros a sueldo en la OMS y los medios de comunicación para que se decrete el estado de emergencia mundial y tener así argumentos para sacar al mercado la panacea que acabará con el nuevo mal, aunque no esté suficientemente testada. Entonces, sus acciones se disparan en la bolsa y los gobiernos se lanzan a comprarles montañas de dosis del milagroso remedio, que terminarán, en su mayoría, durmiendo el sueño de los justos.

Dicho marketing del miedo ha encontrado un potente altavoz en la muerte de Miguel Pajares, uno de esos «hombres que, no pudiendo ser santos, se niegan a admitir las plagas y se esfuerzan, no obstante, en ser médicos», a los que homenajea Albert Camus en ‘La peste’. Pero, como lamenta Peligros, «es increíble que solo se hable de Pajares en vez de impulsar actuaciones de ayuda» en los países afectados por el ébola. E igual de increíble fue que con el misionero toledano no fueran trasladados de Liberia a España otros dos compañeros de misión contagiados que acabaron falleciendo. Su único delito, no ser españoles. El mismo que el de los inmigrantes que son expulsados tras entrar en España cruzando el Estrecho en patera o saltando la valla de Melilla. Ellos se juegan la vida huyendo de la madre de todas las pandemias que asola África: la pobreza. Contra la que hay vacuna: la ayuda al desarrollo. Sin embargo, los matasanos que nos gobiernan prefieren poner la venda antes de la herida. Pero no se puede poner puertas al campo y la pandemia de pobreza se propaga por nuestro edén. A ello contribuyen nuestros matasanos, untados por las farmacéuticas de las finanzas (los bancos), debilitando las defensas del Estado de bienestar con la paradójica intención de salvarlo. Víctima de esa sangría ha sido el hospital donde se trató sin éxito al padre Pajares, el Carlos III de Madrid.

(Publicado en el diario HOY el 17/8/2014)

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