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El impostor

No voy a hablar del protagonista de la última novela de Javier Cercas, aunque bien podría serlo porque su vida es de fábula. Nuestro personaje es un joven imberbe de 20 años y mirada acuosa, con cara de cemento armado, pinta de haber recibido muchas collejas en el patio del colegio y delirios de grandeza, que comparte talento con Mr. Ripley. Llegó a codearse con lo más granado de la sociedad española, hasta llegó a colarse en la recepción que el rey Felipe VI dio el día de su coronación. Aún es un misterio cómo este farsante logró picar tan alto y por qué los servicios secretos y la policía decidieron pararle los pies.

Algo huele a podrido en toda esta historia, una versión libérrima y actualizada a las nuevas generaciones de ‘La vida del Buscón, llamado don Pablos’. Me da en la nariz que hay un poso de verdad en toda la película que se ha montado Francisco Nicolás Gómez Iglesias, llamado ‘el pequeño Nicolás’, un don nadie que se creyó alguien, un arribista criado, ironías del destino, en el barrio madrileño de Prosperidad, que medró como mancebo de FAES, el laboratorio de ideas del doctor Aznar, donde hizo influyentes contactos que le ayudaron a infiltrarse en determinados círculos del poder.

Esta ópera bufa, protagonizada por un falso pijo que parece salido de Los Happiness, el cuarteto ficticio que se hizo célebre con la satírica canción ‘neocon’ ‘Amo a Laura, pero esperaré hasta el matrimonio’, es una fábula de la España del régimen del 78. El ‘pequeño Nicolás’ es un reflejo de la ‘casta’, deformado por los espejos del callejón del Gato. Sí, porque en las instituciones patrias se han colado muchos impostores, arribistas, hombres de las mil caras, cuentistas, zascandiles, trileros y troleros, empezando por Felipe ‘el encantador’, pasando por Josemari ‘el amigo del americano’, José Luis ‘el bambi’ y su valido Alfredo ‘el químico’, y acabando con Mariano ‘el don Tancredo’. Sin olvidarnos de los que han pululado o pululan por estos lares, como Juan Carlos el ‘rompecristales’ o José Antonio ‘el barón rojo’. Y mención de deshonor aparte merece Jordi ‘el honorable’. Al lado de todos ellos, un chisgarabís como Adolfo ‘el Duque’ ha resultado ser un bendito.

Estos embaucadores nos hicieron creer que a España no la iba a reconocer ni la madre que la parió, que España iba bien y se podía permitir el lujo de poner los pies sobre la misma mesa que el amigo americano o fotografiarse con él en las Azores, que España jugaba en la Champions de la economía y tenía la banca más solvente del mundo… Tras esa España de ‘pladur’ que nos vendieron y por la que hipotecamos nuestro futuro se escondía un cenagal. Ahora el último embaucador dice que estamos saliendo de él reforzados. Pero todo es una gran farsa, un gran ‘show’ como el de Truman. Nuestros gerifaltes se comportan como productores de un espectáculo de telerrealidad del que éramos protagonistas sin saberlo. Muchos nos hemos dado cuenta del engaño y queremos abandonar el plató-prisión, pero los productores, como el Christof de la película, quieren hacernos creer que su programa llena de esperanza y felicidad a millones de personas, que ahí fuera no hay más verdad que la que hay en el mundo que han creado para nosotros, mundo en el que no tenemos nada que temer porque nos conocen mejor que a nosotros mismos y saben lo que nos conviene. Pero, como le responde Truman a Christof, nunca han tenido una cámara en mi cerebro.

(Publicado en el diario HOY el 30/11/2014)

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