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El poder de los necios

El filólogo y escritor italiano Umberto Eco acaba de sacar a la venta su última novela, ‘Número cero’, donde critica el mal periodismo, la «máquina del fango», el que difunde sospechas, cotilleos, mistifica la realidad y confunde interesadamente la verdad con la mentira. Lo hace a través de la historia de un editor y magnate que evoca a Berlusconi y que en 1992 monta un diario, ‘Domani’ (’Mañana’ en italiano), que no llega a salir, para intimidar y chantajear a sus adversarios.

Con este libro, el viejo profesor ejerce lo que él llama «la función crítica del intelectual». «El intelectual no puede hacer nada más, no puede hacer la revolución. Las revoluciones hechas por intelectuales son siempre muy peligrosas. Una vez escribí que el intelectual verdadero no es el que habla a favor de su partido, sino en contra de su partido», explica el autor de ‘El nombre de la rosa’ en una entrevista publicada en este diario el pasado jueves. Ya saben: el sueño de la razón produce monstruos. La Historia nos ha dado ya sobradas pruebas. Para Eco, el intelectual debe limitarse a ser el Pepito Grillo o la mosca cojonera del poder, del mandamás de turno.

Como jefe de redacción de ‘Domani’ es contratado el protagonista, Colonna, que se nos presenta con estas credenciales: «Los perdedores y los autodidactas siempre saben mucho más que los ganadores. Si quieres ganar, tienes que concentrarte en un solo objetivo, y más te vale no perder el tiempo en saber más: el placer de la erudición está reservado a los perdedores».

La Historia también nos ha dado sobradas pruebas de lo que dice Colonna; está repleta de grandes ganadores tontos de capirote que, incluso, pastorearon pueblos enteros. Gente como Creso, último rey de Lidia, al que Heródoto nos retrata en su ‘Historia’ como ignorante, fanfarrón y ridículo. Cuenta el de Halicarnaso que Creso preguntó a Solón que si ya había visto al hombre más dichoso, en la creencia de que era él. El sabio ateniense mencionó a varios, todos muertos tras alguna hazaña y una vida gozosa. Creso le reprochó por qué no apreciaba su dicha. Solón replicó que «el hombre era pura contingencia» y sólo se podría hablar sobre la felicidad de Creso al final de su existencia. Disgustado, Creso despidió a Solón, convencido de que era un necio. Más tarde, arrastrado por su ambición, Creso decidió atacar Persia. Antes envió mensajeros a varios oráculos (los institutos demoscópicos de la época) y el de Delfos le respondió que si emprendía la guerra contra los persas, destruiría un gran imperio. Creso atacó y perdió, con lo que destruyó un gran imperio, el suyo.

Líderes dotados de la arrogante necedad y la soberbia de Creso no faltan hoy. Y como el lidio, desprecian los consejos de los sabios o intelectuales cuando no son de su agrado y prefieren rodearse de una corte de aduladores y expertos. Los expertos son ignorantes especializados, gente que triunfa porque, como dice Colonna, se concentra en un solo objetivo, del que lo sabe todo, e ignora todo lo demás. El libro del Tao aconseja: «Desterremos a los expertos y el pueblo se beneficiará cien veces». También advierte que «de los buenos líderes, la gente no nota su existencia» y, cuando hayan completado su trabajo, «la gente dirá: ‘lo hemos hecho nosotros’». Pero temo que tenga razón Colonna: «Las personas decentes seguirán votando a los truhanes».

(Publicado en el diario HOY el 12/4/2015)

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