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El rincón del Zurdo

Ni pitos ni flautas

Me importa un pito el himno de cualquier nación o aspirante a serlo. No me avergüenzo de nacer español ni me enorgullezco de ello. Sin embargo, respeto a quien respeta y se identifica con los símbolos patrios. Por eso, considero de mala educación que se pitara el himno de España en la final de la Copa del Rey. No obstante, no veo delito en ello, sino una expresión de la libertad de expresión que tolero aunque me parezca intolerante. Los que pitaron en el Camp Nou me dan pena pero no merecen pena alguna.

Si nos ponemos estupendos y exigimos que sean condenados y sancionados, deberíamos también condenar y sancionar a los que se manifiestan con la bandera republicana o con la del aguilucho, a los caricaturistas de Mahoma, a Siniestro Total, al editor de Playboy o, incluso, a esta pluma afilada. Siempre habrá alguien que se sienta ofendido por algo que a otros no ofende, y viceversa. ¿Y dónde está el límite de lo tolerable? En la apología de la violencia y del odio. Mas a veces la frontera es difusa y la censura se disfraza de lo políticamente correcto. Porque ¿quién incita más a la violencia o al odio: quienes pitan el himno de España o quienes mientan la madre al árbitro o a Cristiano Ronaldo, o quienes recuerdan el color de su piel o el origen de su especie y lanzan plátanos a Dani Alves, o quienes jalean a la estrella local por maltratar a su pareja? No es cuestión de penalización sino de educación.

Y si hablamos de respeto a la patria, ¿quién la vilipendia más: quien pita su himno o el deportista que se descubre y se emociona cuando lo escucha mientras pone un piso a su dinero en Suiza o Andorra, o quien defrauda a Hacienda y evade capitales a islas del tesoro y, por tanto, roba a todos los españoles?

Pero mientras hablamos de pitadas al himno, no hablamos de corrupción ni precariedad laboral ni de otras zarandajas antipatrióticas de ese jaez, ni tampoco del bocinazo que los votantes pegaron a separatistas y separadores el 24M.

El fútbol siempre ha sido más que un deporte desde el pitido inicial. Bien lo saben los capos de la FIFA. Es circo sin pan que alimenta pasiones y frustraciones. Diestros y siniestros encantadores de serpientes lo han utilizado a modo de pito flauto para narcotizar con cantos de sirena la cabeza y el corazón de náufragos que añoran una idealizada Ítaca que solo existe en sus monstruosos sueños de la razón y la sinrazón.

El nacionalismo «se parece al alcohol barato: primero te emborracha, después te ciega y después te mata». No es la primera vez que les cito estas palabras que pronunció el diplomático estadounidense Daniel Fried al comentar la situación en los Balcanes en 2007. Creo oportuno repetirlas cuando Ucrania se está balcanizando, los egoísmos nacionales amenazan con fragmentar la frágil UE y se cumplen 20 años de los acuerdos de Dayton que pusieron fin a la Guerra de Bosnia. Como una imagen vale más que mil de mis palabras, les invito a viajar a las secuelas de ese horror a través de los ojos de Lucas Garra. Este fotoperiodista y compañero en el diario HOY retrata las venas abiertas por aquel conflicto que hizo saltar en pedazos Yugoslavia en su magistral libro ‘Silencio’, del que se puede ver una muestra en el edificio Badajoz Siglo XXI hasta el 26 de junio. Silencio es lo que queda tras el ensordecedor ruido perpetrado por fanfarrias dirigidas por orquestadores de odios. Mandemos a estas batutas del desconcierto con la música a otra parte, que no nos tomen más por el pito del sereno, que no nos toquen más ni pitos ni flautas.

(Publicado en el diario HOY el 7/6/2015)

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