Una ola de violencia machista nos ha sacudido en este bochornoso agosto. En lo que llevamos de mes, un hombre ha matado a tiros a su esposa y a sus dos hijos antes de suicidarse en Castelldefels (Barcelona), donde también una mujer ha sido apuñalada de muerte por su expareja en plena calle; en Pontevedra, un padre ha quitado la vida a sus hijas de nueve y cuatro años; en Valencia, otra mujer ha fallecido en el incendio provocado por su marido; y en Cuenca han sido hallados, sepultados con cal viva, los cadáveres de dos jóvenes desaparecidas la semana pasada y asesinadas, presuntamente, por el exnovio de una de ellas, detenido en Rumanía y que hace años ya estuvo entre rejas por retener contra su voluntad a su novia de entonces, fotografiarla desnuda y colgar las imágenes en Internet.
«Cada uno de estos asesinatos es un fracaso del sistema haya habido denuncia previa o no», admite María Ángeles Carmona, la presidenta del Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género. Sí, porque solo una de cada cuatro víctimas de esta lacra social acude a una comisaría o a un juzgado de guardia, según las estadísticas oficiales. Esto refleja una falta de confianza de las víctimas en las leyes y las instituciones y su miedo tanto a la reacción de su agresor como de su entorno: al «qué dirán», a ser estigmatizadas, porque muchas se sienten culpables, avergonzadas, porque viven en una cultura que les advierte que a las mujeres buenas no les pasa nada, y si les pasa, es porque han dado motivos. Un cultura inculcada desde niñas con cuentos como el de ‘Caperucita roja’ y libros como ‘Cásate y sé sumisa’ del arzobispo de Granada.
Según las dos primeras acepciones que recoge el diccionario de la RAE, «terrorismo» es «dominación por el terror» y «sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror». En este sentido, la violencia machista es terrorismo y desde 1999 se ha cobrado más de un millar de vidas, más que el de ETA en toda su historia. Sin embargo, la respuesta institucional y social contra el terrorismo machista se ha demostrado harto insuficiente. Es más, los recortes y medidas de austeridad lo han abonado e invisibilizado, porque «han relegado a muchas mujeres a los tradicionales roles de subordinación y han empeorado su situación en la vida económica, social y política», como reprocha al Gobierno de Rajoy el Comité de Naciones Unidas para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer en su último informe. Esto, unido a «la cultura del machismo y la influencia social de las instituciones religiosas patriarcales», lleva al organismo de la ONU a concluir que los avances en igualdad entre sexos «están en riesgo de retroceso» en España.
Sí, porque, aunque la sociedad ha evolucionado al respecto, principalmente gracias a la lucha silente pero persistente de la mujer, en la raíz de la violencia de género está un machismo «que es cultura» y «que impone el criterio de lo masculino como referencia universal, de la normalidad», explica Miguel Lorente, exdelegado del Gobierno para la Violencia de Género, en una entrevista con ‘Linkterna’. Como observa Lorente, la mayoría de los hombres se mantienen en una posición «aparentemente neutral» que, al final, «es estar a favor del machismo», pues «no hacer nada para cambiar algo que está mal, es permitir que continúe». Tras esta actitud pasiva suele estar el temor del macho ibérico a perder sus privilegios.
(Publicado en el diario HOY el 16/8/2015)