Europa está siendo invadida por el hambre y la desesperación. Un ejército de desheredados y desterrados, armados con poco más que sueños, ha emprendido un largo éxodo desde Oriente y el Sur hasta la tierra de promisión del Norte.

Huyen de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis y de las Diez Plagas que asuelan el inframundo donde penaban sus almas encadenadas al infernal pasado impuesto, a sangre y fuego y en nombre del dios de turno, por la nueva secta de los asesinos y donde el presente era un lujo solo al alcance de blancas manos o manos untadas de blanco. Mas no menos infernal es su larga marcha hacia el paraíso europeo en busca de un futuro incierto, pero futuro al fin y al cabo. Tras un duro y largo errar por el erebo aguardan en las costas del limbo, donde no rige más ley que la del más pudiente, para cruzar al otro lado de la frontera que separa la esperanza de la desesperanza. Allí se ponen a merced de Carontes sin escrúpulos, esos traficantes de sueños a los que venden sus almas y empeñan sus vidas, para que los lleven en sus desvencijadas barcas a la otra orilla del Aqueronte. Al otro lado, esperan hallar la fuente del Leteo, beber de él y renacer del olvido. No temen que su esperanza se ahogue en el trayecto o ser coronados de espinas por sus anfitriones. Ya nada tienen que perder, ni siquiera el miedo. Son vivientes muertos. Esa es su divina comedia, esa es su endemoniada tragedia.

Mientras, los rancios europeos observamos el dantesco espectáculo repantingados ante la ventana indiscreta de nuestros salones como quien ve un ‘reality show’. Los menos ni se inmutan, eso no va con ellos, y los más se conmueven, incluso lanzan algunos ayes, echan una lagrimita o maldicen indignados contra la inoperancia de sus gerifaltes, que tienen su parte alícuota de responsabilidad en esta desbandada al sumarse en comandita a la cruzada estadounidense contra el terror sarraceno tras el 11-S, que, sin encomendarse a Dios ni al diablo, pegó una patada al avispero de Oriente Medio. Los más generosos hasta lavarán su conciencia con una limosna para los pobrecitos refugiados. Pero para unos y otros la vida seguirá igual cuando esta macabra serpiente de verano mute la piel en los telediarios y sus estampas en papel de periódico queden para envolver el pescado del día siguiente.

Ahora, si la horda de barbáros llega pidiendo asilo hasta las puertas de nuestras casas con su maleta cargada de miserias, veremos si les recibimos con alegría o, creyéndonos libre de pecado, con dos piedras en la mano. Temo que la mayoría silenciosa y biempensante no tardará en poner el grito en el cielo y acusarles de la inseguridad, de colapsar los centros de salud y los colegios y de quitarnos los empleos y las prestaciones sociales. No sería la primera vez. Es de esa masa cerrada y alérgica al cambio y al extraño de la que se nutren la «gentuza» neonazi, pero también el neofascismo de cuello blanco disfrazado de conservadurismo que se sienta en las cumbres europeas y que ante la llamada a la solidaridad con los refugiados de la angelical mandamás alemana –esa solidaridad que escatima a sus socios griegos– reacciona mirando para otro lado, escurriendo el bulto, perdiéndose en discusiones bizantinas sobre si son inmigrantes o refugiados antes que personas, o levantando muros físicos y legales y criminalizando a los sin papeles. En esta crisis migratoria y humanitaria, la UE también se juega su futuro. Si sus 28 miembros se obcecan en tirar cada uno por su lado, está Unión de retales cogidos con alfileres se romperá, abonando el terreno, una vez más, a los salvapatrias.

(Publicado en el diario HOY el 30/8/2015)